“Con esta situación no puedo… Por más que oro no
veo la solución... Así me resulta muy difícil emplear la Ciencia
Cristiana.”
Tus desahogos me tientan con sus acentos de
derrota.
Era fácil pensar como tú.
El testimonio de tus sentidos expresado de forma
tan convincente me llegó a contagiar por minutos.
“¿Cómo afirmar la Verdad invisible ante la
contundente testarudez de unos síntomas tan gritones?”
Me volví a Dios, a escuchar sus pensamientos.
Casi de inmediato llegó a mi conciencia una imagen
y una frase.
Jesús reaccionando ante el mensajero: “Nuestro
amigo Lázaro no está muerto sino dormido”.
Y después “… pero si ya huele. Lleva cuatro días
en el sepulcro”.
Pero el Guía de este camino “de la materia al
espíritu” se mantiene en la Verdad comprendida. No retrocede ni duda.
Sólo hay Vida, y vida infinita.
Y al fin… ¡la Vida se hizo presente!
Ante lo que parece imposible no es locura el
aferrarse a Dios y su idea. Por el contrario es sanadora sabiduría. Es
conocimiento que ilumina. Es Verdad liberadora.
Hay que “permanecer” en lo cierto, “contra
viento y marea”. Y el verbo entrecomillado significa mantenerse
todo el tiempo.
Las evidencias de la mentira sólo son mentiras con
las que no cabe discusión.
Aunque parezca que ya es el fin, sigamos confiando
en la Verdad, apoyados en la Vida. Nada nos puede cambiar. Ni siquiera
que el amigo esté ya bajo tierra.
Esta es la gran enseñanza del Maestro, el secreto
de la Ciencia Cristiana.
Y no se trata de relacionar el error con la Verdad
para que aquél sea vencido. Toda nuestra atención ha de estar fija en lo
verdadero. ¡Exclusivamente!
No dedicar ni un segundo al error. Ni siquiera para
aplicar la Verdad a aquello que se presenta como concreta y real
evidencia, siendo como es, sólo una ilusión.
El encender la luz es suficiente para disolver
cualquier sombra de oscuridad.
No hay que buscar las huellas de la ciega negrura y
aplicar allí llama. Lo nuestro es conocer la luz y ella hace el resto.
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