Hace
unos días recordaba el obstáculo desanimador que le opusieron a Jesús
cuando fue al sepulcro de su amigo Lázaro.
“Huele
mal porque hace cuatro días que murió”.
Pero el
Maestro no se detuvo. El Cristo puso entre paréntesis el dato temporal.
Sacó el evento de los límites de esa ilusión que llamamos tiempo y en la
que creemos existir. Evito el verbo “vivir”, porque en esa dimensión
finita que miden los relojes y los calendarios nunca se vive, sólo se
duermen sueños o pesadillas.
Y el "muerto" salió
a la luz, sin más impedimento que el sudario con el que le habían
amortajado "para siempre".
Oré
acerca de ese breve diálogo y su festiva consecuencia.
Lo hice
con profunda convicción, a pesar del martilleo de las noticias de
desesperanza.
Los
medios informativos españoles justificaron la retirada al cuarto día de
nuestros bomberos con titulares como éste “Después de 96 horas de la
catástrofe, imposible encontrar vida bajo los escombros. Continuar es
inútil”.
Y como tantos otros,
continué orando, aceptando el mensaje del Espíritu.
Y día a
día la Vida fue rompiendo los cálculos mortales.
Bebés,
jóvenes, ancianos fueron rescatados al quinto día, al sexto, al décimo…,
incluso hoy, dos semanas después.
Mientras se busca,
se encuentra. Lo inútil es no buscar.
Y
los
alegres hallazgos se sucedieron como la plantita que rompe con su
colorida y fresca pincelada el cemento del camino.
A la
Vida no la detiene ni la roca que clausura el sepulcro. Ella es lo ilimitado. Pero sólo se disfruta en el pensamiento sin fronteras.
El
límite siempre es muerte. Pero nunca se sitúa en la realidad.
El
tiempo es la muralla asfixiante del trabajo, del ocio, del aprendizaje,
del desarrollo….
Por eso,
para que la Vida se manifieste aun a través de la aplastante tragedia,
lo mejor es colocar al tiempo dentro de los corchetes de un paréntesis.
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