Era un
atardecer de invierno.
Y yo muy
niño. Quizás tres o cuatro años.
Estaba
con mi caja de botones. Mi juguete preferido. Unos de nácar, otros
dorados, de madera, forrados…
Yo los
ordenaba por tamaños y colores.
Mi madre
cosía a mi lado. La lámpara del techo guiñaba.
De
repente la luz se fue. Y comencé a llorar.
-Pepín,
no tengas miedo. Es sólo un apagón. (Entonces eran
frecuentes)
A lo que
repliqué: No es por eso, mamá.
-Si no
estás asustado. ¿Por qué ese gimoteo?
-Porque
no veo mis botones.
-¡
Tontito! Aunque ahora no los ves, los sigues teniendo.
Y hoy,
muchas décadas después lo he recordado. Cuando me hablabas de tus
carencias.
Esas que
te mantienen hundido en depresión.
Y yo te
escuchaba negando.
Porque
siempre tienes todo lo que crees necesitar.
De
seguido te recordé la frase enigmática: “Al que tiene se le dará y al
que no tiene, incluso lo poquito que pueda tener se le arrebatará” (Mateo 25: 29 "Porque a todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero en cuanto al que no tiene, hasta lo que tiene le será quitado").
Grave
error la creencia de estar falto de bien, cuando se es el reflejo de
Todo. Como en realidad somos.
Tenemos
todo lo sanamente deseable. Por muy imposible que parezca su obtención.
Tenemos
todo. Sólo que no lo vemos.
No hay
que confundir “tener” y “ver”.
Porque se
puede tener “los botones” sin verlos.
Es
pensar su carencia lo que impide el gozo de su visión.
Y es
“saber” que se posee por reflejo del Infinito Bien, lo que posibilita su
feliz contemplación.
No lo
olvidemos. Podemos decir “No los veo”.
Pero
nunca afirmemos “No los tengo”.
Sino todo
lo contrario.
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