Centrarse en uno mismo es raíz de problemas. De
muchos o de todos. Es la fuente de preocupaciones y temores.
Y tampoco resuelve nada. En realidad desenfoca
todo.
Ya que el ego nunca puede ser centro. Ese es el
lugar de Dios porque Él “es simultáneamente el centro y la
circunferencia del ser.” (Ciencia y Salud 204:1)
Intentar ser el centro o esforzarse por permanecer
en él, nos convierte en “descentrados”.
Una mirada rápida al cuerpo con que el hombre se
presenta en el tiempo descubre que incluso los órganos de los sentidos
dan la espalda al interior. Ojos, oídos… se dirigen a captar lo que está
fuera. Están orientados hacia el prójimo y el mundo externo.
Por eso estar preocupados por nuestro yo es además
de inútil, antinatural.
En mi trabajo de practicista he comprobado que una
excesiva atención a uno mismo es lo que retrasa la curación, el
someterse al saludable imperio de la Verdad. Y cuando el paciente se
aleja de sí al interesarse en ayudar a los demás, las nieblas se disipan
y la luz alumbra al fin.
Alguien me dijo que dejar de pensar en él era como
morir. Y le recordé cómo Jesús avisó que para ser feliz es
imprescindible morir al yo: “si el grano de trigo no muere no da fruto”.(Juan 12:24)
¡Cuánta sabiduría práctica hay en esta frase de la
Sra. Eddy: “Demasiado pensamiento dedicado al yo personal y al
problema (en creencia solamente, porque el hombre de Dios nunca está
verdaderamente ocupado con problemas) es suicidio." (De una carta de Mary Baker Eddy a James Neal.)
Estar muy pendiente de uno mismo es el distintivo
del hombre mortal. Porque el inmortal hace lo que la descubridora de la
Ciencia Cristiana continua aconsejando:
“Y piense en otros y en usted mismo como la expresión del Alma, en
formas de música, arte y cosas semejantes. No mire hacia adentro, hacia
el problema: mire hacia afuera hacia la
Verdad y hacia Dios.” (CARTA CITADA)
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