Puede que amanezcamos en un caos.
Enfermedad, desempleo, hambruna, ruina, catástrofe,
conflicto, odio…
Y nos sintamos en un escenario amenazante.
¿Qué hacer?
¿Temer? ¿Preocuparse?
¿Caer en la trampa de un continuo y suicida enfrentar ese
triste y envolvente horizonte?
¡Jamás!
Primero identificar. Etiquetar correctamente.
Todo lo percibido -¡todo!- es sólo apariencia. Nunca
substancia.
¿Cómo actuar?
Sólo conforme lo que somos: el reflejo de Dios.
Y como en el inicio del relato bíblico, es la divina
actividad la que ha de manifestarse en nuestra experiencia.
En el principio, resonó una palabra. Se expresó un
pensamiento. Y eso iluminó la creación eterna, hombre incluido.
La luz sin esfuerzo, expulsó la oscuridad que ocultaba
la universal perfección. Y lo único, y siempre existente, fue nuevo,
bueno e intacto.
Si hoy, en el ahora eterno, se eclipsan los soles, y las
tinieblas de cualquier especie ocupan su lugar, no nos rindamos a la
confusión o al miedo.
Nada hay que recomponer.
Ceder a los pensamientos de Dios es nuestra exclusiva
actividad.
Y atendiendo sólo a la Mente, se nos repetirá la
maravilla del primer y sempiterno día.
Aquél en que actúa el Señor derramando alegría y gozo.
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