El mayorcito aupaba al pequeño para que
mirara tras la tapia.
“Ahora tú serás mis ojos. ¿Qué ves?”.
En mi paseo matutino no
me detuve a esperar el recuento de los descubrimientos del niño.
Ya sabía que tras el muro
sólo había naranjos y limoneros, además de algún que otro granado.
Pero me quedé con la afirmación
oída: “Ahora, tú serás mis ojos”.
Recordé como en una época muy
dura también yo tomé idéntica decisión.
Entonces acepté como un ancla
en medio de la tormenta aquella verdad registrada en la primera de las
páginas bíblicas: “Todo está bien”(Génesis 1:31).
Aunque mis ojos veían lo
contrario.
Más tarde tuve que visitar a un amigo en un Hospital.
Nada más traspasar el umbral de
la institución sanitaria mi mirada fue registrando rostros afligidos,
preocupados, temerosos, doloridos.
Al tiempo que mis oídos
captaban murmullos de resignación y lamentos.
Antes de llegar a mi
destino tuve que detenerme porque la atmósfera del lugar me
oprimía.
Me volví a Dios. Y me pregunté:
“¿Margina Su contemplación a
estos hombres y mujeres?” “¿Ignora la Mente lo que aquí está sucediendo?
“¿Qué es lo que Él ve?”
Durante unos segundos me quedé
como en blanco. Pero pronto acudieron pensamientos como caricias que
disolvieron el ahogo.
Donde vemos seres
rotos de mil formas, cirugías agresivas, existencias sin futuro,
sufrimientos, llantos y desesperos, Dios descubre un espacio inédito.
Él percibe lo único real:
el Amor en tantas y variadas manifestaciones.
Lo aprecia en el cansancio de
tantos días,del familiar que asiste junto a la cama del paciente. En la
atención infatigable de enfermeros y auxiliares. En
la frente sudorosa del cirujano que lucha por salvar una existencia sin
mirar relojes… En la plegaria del que pide, sin saber que Todo ya está.
Dios siempre se descubre en
Todo, porque nunca está ausente, aunque la mente mortal lo intente
eclipsar.
Y de repente, como si cayera un
velo, comencé a ver detrás de las tristes apariencias.
Allí estaba el Amor
llenándolo todo. Sólo el Amor. Lo demás no era más que disfraz.
Sentí el calor de la Vida.
Y por eso no me costó saludar a
mi amigo con la alegre, sanadora y "buena noticia": “¡No temas! ¡Todo
está bien!”
Después, al salir, el cielo
seguía nublado. Pero eso no aflojó mi sonrisa.
Porque la decisión ya la había
renovado.
“Dios mío, Tú serás siempre mis
ojos, porque en realidad no tengo otros”.
1 comentarios:
Esta reflexión me hace recordar acerca de lo que se percató Jacob: "Ciertamente Dios esta aquí y yo no me había dado cuenta"
Gracias Don José
Publicar un comentario