Juanito ya estaba cansado. Las letritas se le resistían. No conseguía distinguir las que en un panel retroiluminado le señalaba el puntero de Antonio el óptico.
Por fin,
al aplicarle unas nuevas lentes, el niño exclamó con asombro: “¡Las letritas
se han retintado! Ahora son muy brillantes y claras.”
Y
Antonio le corrigió de inmediato riendo: “No Juanito. Las letras están como
siempre. Es tu vista la que ha mejorado”.
Ya en
casa pensé acerca de lo sucedido en mi presencia.
Descubrí
que no nos diferenciábamos mucho de Juanito. Creemos fácilmente que nuestro
entorno está desvaído, sin brillo y confuso. Pensamos estar en medio de
oscuridades amenazantes. Vemos nuestro escenario decorado con demasía de
problemas.
Pero no
tenemos que retintar o alumbrar más donde nos movemos, vivimos y expresamos
nuestro ser.
Todo
está bien. Todo es armonioso, perfecto… y abundante en bien hasta lo infinito y
lo eterno.
Nada hay
que cambiar. Sólo nuestras lentes, nuestra visión.
Entonces
nos maravillaremos como el niño, contemplándolo todo brillante y alegremente
colorido.
No hace
falta mejorar el mundo como los que intentaron construir su Babel y sólo
consiguieron dispersión, confusión y separación. Es decir, división y no unión
que es el estado de la realidad: TODO ABRAZADO POR EL AMOR.
No
podemos enmendar el diagnóstico a la Mente que declaró que “todo era bueno” en
el amanecer de la creación.
No nos
es lícito blasfemar diciendo que hay debilidad, escasez, enfermedad, muerte,
división o soledad.
Sólo hay
que mejorar la visión hasta llegar a la del Cristo.
Y para
ello, Mary Baker Eddy nos copia la terapia:
"Dejemos
que el altruismo, la bondad, la misericordia, la justicia, la salud, la
santidad, el amor –[que es] el reino de los cielos- reinen en nosotros, y
el pecado, la enfermedad y la muerte disminuirán hasta que finalmente
desaparezcan."(Ciencia y Salud 248:30)
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