Hace algún tiempo una conocida me llamó desalentada. Tenía que mudar de país por motivos
de trabajo. El colmo de su malestar se resumía de forma plástica “¡Allí
no hay grupo de Ciencia Cristiana!”.
-“Quizás por eso tienes que ir”, me atreví a decir.
Después de la Ascensión, y del elocuente Pentecostés, los estudiantes
del Maestro, se resistieron a dejar Jerusalén. A muchos no los
despegaban del Templo ni con agua caliente.
Si no
es por la persecución el mensaje del Consuelo nunca hubiera salido de
aquel rincón del Mediterráneo oriental.
Muchas
veces, la Verdad que libera fue llevada a los cuatro puntos cardinales,
húmeda por las lágrimas de los que tuvieron que emigrar o escapar de
unas situaciones difíciles.
Lo que
se te antoja con mirada miope como desgraciado es, por supuesto, todo lo
contrario. No nos sorprenderían esas neblinas que pretenden ocultar el
bien siempre presente, si fuéramos conscientes de que sólo están
sucediendo las maravillas de Dios. A cada instante y sin interrupción.
Lo que parece un infortunio dale la vuelta, inviértelo, y ya verás.
¿Hemos
olvidado que llevamos un tesoro en vasos de barro? Será porque no
miramos dentro con calma. Y esa riqueza es para compartirla. Esa
lucecita es para iluminar no sólo donde ya se aprecia la luz sino
también y con más urgencia donde todavía parece que no ha amanecido.
Todos
estamos llamados a ser luz, sal, levadura y vaso de agua fresca para los
sedientos. Pero nos ocurre como a Jonás. Creemos que más allá de
nuestras cuatro paredes, del refugio que nos hemos construidos y en el
que quizás nos apoyamos, existe el peligro. Pero ¿además de Dios existe
algo?
Y como
Jonás justificamos nuestra resistencia a movernos. Las excusas son
variadas pero con un idéntico denominador: se piensa tener que actuar
solos. Siempre el sentirnos separados, y por tanto equivocados. “Sin Mí
nada podéis hacer”. Y “yo, el Cristo, estaré con vosotros hasta el final
del tiempo”.
Donde
tú estés, ahí está Dios actuando, bendiciendo, bien-haciendo,
revelándose. Sólo hay que ser transparente. Para ello derribemos los
muros que nos ha construido el miedo, es decir, la falsa consciencia de
la ausencia de Dios.
No
temamos los cambios. Dios que es nuestro auténtico lugar, nuestro
refugio, está en todas partes.
Y nunca te manda: “Ve”, sino que siempre te dice “Ven”.
(1) de la canción de Los Panchos.
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