Hace años me mostraron una foto de un faquir en cuya mano
izquierda, inmóvil y cerrada, había crecido una planta. A pesar de los
capullos que lucía el vegetal, la imagen me resultó horrible.
Hoy ese recuerdo me trae inspiración.
Los pensamientos que no pertenecen a Dios nos llegan
primero como polen errante
(Ciencia y Salud 235:1 ).
Son minúsculos, casi invisibles. Pero si no los sacudimos al instante,
se anclarán en nosotros
(Ciencia y Salud 234:27 Tenéis que dominar los pensamientos malos en la primera ocasión, o ellos os dominarán en la segunda. ()
. El miedo los fijará en nuestra conciencia. Nos hipnotizarán y robaran
más y más energía.
Hasta convertirse en bosques enmarañados bajo cuyo
insoportable peso nos sentiremos sucumbir sin remedio. Creeremos ser
enfermos incurables, arruinados sin solución, incapaces crónicos o
exiliados del amor y de la felicidad.
Hay que vigilar. Limpiar toda huella de limitación, por
insignificante que parezca. Esas simientes son altamente peligrosas si
aterrizan en tierra de barbecho, en terreno sin cultivar.
Actuar de inmediato. Antes que echen raíces y nos
parezcan reales, vigorosas e imposibles de exterminar.
Claro, que estar
saturados de la buena semilla es lo mejor. Y regar y abonar a diario la
Palabra que de continuo siembra el Espíritu.
Y si la selva de nuestra conciencia ya nos ha cubierto de
oscuridad, no desesperemos. Confiemos en la luz solar de la Ciencia
Cristiana
(Ciencia y Salud 162:5)
. Sólo es preciso girar hacia ella. Llenarnos de su
claridad aunque parezca dañar los ojos y aceptar todo lo bueno como lo
único existente.
Y todos los sueños que asfixian nuestra existencia serán
expulsados.Y amanecerá el radiante día del Señor.
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