Me llamaste angustiada.
“Ya no siento la alegría de antes. Es
como si las nubes hubieran eclipsado al sol. Sé me ha escapado el
sentimiento con que percibía la seguridad y que todo estaba bien. Ahora
ya no veo con claridad.
¿No sé que he hecho mal?”
Describiste una situación que me resulta familiar.
A veces todo es luminoso y al rato el gris se enseñorea del paisaje.
Yo te contesté -y la respuesta me ayudó a
comprender.
“La visión de la Mente no cambia. Siempre ve
todo perfecto, sin excepción”.
Y me replicaste casi como una protesta.
Pero es que yo necesito verlo y sentirlo.
Y entonces descubrí donde estaba el error.
“¿Acaso mi pie me reclama ver primero la
dirección que decidí tomar? ¡Nunca!
Y como no se siente separado acepta con normal
naturalidad lo que los ojos ven, aunque por sí mismo nada perciba.
Acepta la alegría del corazón y anda cumpliendo
con su función, sin más necesidades.”
La actitud equivocada que lleva a la depresión o al
desánimo es pretender ser una mente con actividad autónoma.
Los sentidos físicos no pueden ver a Dios ni al
hombre verdadero. Pero tenemos una Mente siempre alegre, en armoniosa e
inmutable paz que contiene toda la Verdad. Y si dejamos a Ella el
conocer, nos ocurrirá como el ciego que ha soltado en su Lazarillo la
responsabilidad de su movimiento. Siempre llega a su destino sin
tropiezo.
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