Secuestros, asesinatos, actos
terroristas, genocidios, hambrunas, epidemias, corrupción económica y política,
terremotos que convierten pueblos conocidos en sepulturas anónimas, crisis
financieras, desempleos... Son las noticias habituales de los informativos
escritos, radiales o televisivos.
Parece que la humanidad navegara por
un mar erizado de cotidianas amenazas.
Ante este paisaje son muchos los que
arrían la bandera de la esperanza, impotentes y casi extenuados para clamar
socorro.
Otros, la gran mayoría, son
inconscientes de ese escenario, no porque lo hayan abandonado sino porque
lo prefieren ignorar.
Estas imágenes me traen otra empapada
de consoladora inspiración.
Es Jesús dormido en la barca y en
medio de la tempestad. Mientras el sueño le hace ajeno a esas circunstancias,
los lamentos de los compañeros son inútiles. Sólo gritos de desesperación.
Después, cuando el pánico de sus
amigos consiguen despertarle, él no se suma al coro del pánico. Lo que sus
sentidos físicos le informan no coincide con lo conocido e inmutable:
"Todo es siempre, Vida, Armonía, y su manifestación infinita aquí y
ahora." Discierne con la ayuda del Cristo, de la Verdad sempiterna y
avienta la aparatosa ilusión de peligro.
Esta escena nos la contaron los
evangelios hace casi veinte siglos, pero hoy ilustra de modo luminoso mi diario
navegar.
El practicante de la Ciencia del
Cristo permanece todavía en el mar del mundo. Todavía no está en la tierra
firme de lo absoluto.
Durante la actual singladura puede
optar por tres actitudes.
La del temor, hipnotizado por los
espejismos.
La de la falsa tranquilidad ante todo,
producida por una positiva e irreal autosugestión.
O enfrentarse con el cuadro de
horrores con la luz de la Verdad asumida como una conciencia.
Esa es la que tomó el Maestro y otros
muchos que le precedieron o le siguieron.
Este pasaje me enseña lo siguiente.
Con frecuencia, sin haber pisado
todavía la arena de la playa de lo Absoluto, me entrego irresponsable a la
falsa calma del que duerme en una barca zarandeada peligrosamente.
Las llamadas de los prójimos, y el
clamor de "mis" propias dolorosas creencias, son "hasta
necesarios" despertadores para que dejando actuar al Cristo pacifique
"los elementos".
Para que el practicista que debo ser,
y que tiene como misión despertar, despierte a los que acuden a mí, he de ser
previamente despertado al universo real. Y para eso, el paso previo y frecuente
en este remar por la existencia, suele ser las peticiones de ayuda de los que
van en la misma barca.
Ante la mentirosa amenaza es tan
peligroso dormir como llorar.
Por eso, hoy aprovecho para agradecer
a todos los que me seguís despertando con vuestras "creencias", para
que yo sea a todas horas despertador.
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