El Papa
Marcelo II tuvo un corto pontificado pero un largo y hermoso recuerdo
entre los jesuitas.
Marcello
Cervini de Spannocchi, que era su nombre completo, falleció 22 días
después de ser elegido sucesor de Pedro, allá por el año 1555. En ese
breve período de tiempo favoreció mucho a los miembros de la Compañía de
Jesús.
A éste
hombre bueno le sucedió con el nombre de Paulo IV, el octogenario Juan
Pedro Caraffa, quien dificultó en gran manera la vida de Ignacio de
Loyola y sus compañeros.
Hablar
no precisamente bien del que nos incomoda o hace sufrir es hábito
bastante corriente. Y los jesuitas, hostigados por el Papa Caraffa un
día sí y el otro también, no constituían una excepción a la norma del
mundo. No obstante, siempre que Ignacio escuchaba las críticas, las
cortaba en seco con: “Hablemos del Papa Marcelo”.
La
enseñanza que encierra esta actitud ignaciana es clara y sumamente
práctica.
Cuando
los sentidos nos informan de sufrimientos, contradicciones, desarmonías,
amenazas… deberíamos interrumpir sus murmuraciones con un “Hablemos del
Papa Marcelo”.
Es
decir, pensar en todo el bien que se nos ha hecho, que está ocurriendo y
que siempre se producirá.
“Hablemos del Papa Marcelo” es hablar o pensar sólo de lo bueno, de lo
que refleja a Dios. Es detenernos sólo en lo que es real.
“Es real
sólo lo que refleja a Dios”
(Ciencia y Salud 478:27-28)
“Hablemos del Papa Marcelo” es dar gracias, re-conocer, ser de nuevo
consciente del Uno, del Bien infinito, de lo único que es y se
manifiesta.
“Hablemos del Papa Marcelo” es cambiar la amargura en gratitud. Es
despertar y situarnos en la Verdad, en el escenario del eterno e
infinito Bien donde nos estamos moviendo siempre. Donde vivimos y somos.
Todo lo otro es tan
doloroso como el estar en la tenebrosa nada.
1 comentarios:
Maravilloso! Después de leerlo respirares más faćil
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