Me
preocupaba el despertar espiritual. Y en el paseo por la huerta, en busca de
sosiego donde escuchar a Dios, vi caer un dátil. Se desprendió de un cuajado
racimo, allá en lo alto de unas palmas que abanicaban el viento. Y se hundió en
la tierra suelta y acogedora del lindero.
Pensé: ¿se
atormentará también el dátil en su claustro de quietud y silencio preguntándose
qué y cómo hace para acariciar el cielo?
Y entonces
recordé: "Ni el que planta ni el que riega, Dios es quien da el
crecimiento" (1) Y la cita se encadenó con otra de aquel Pedro que
aprendió a acoger sólo los pensamientos de Dios: "Jesús Nazareno, ....al
cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible
que fuese detenido por ella"(2)
En su
sepulcro, el Maestro no aguardó el despertar entre cavilaciones. Fue la firme y
tranquila confianza en el Padre lo que posibilitó la Resurrección.
Y
comprendí. El Amor divino es la única Causa. La actividad del hombre es sólo un
eco, el efecto inevitable.
Vi. claro.
Desnudarse del falso sentido de responsabilidad y vestir la túnica blanca de la
confianza. Es el fiarse de Dios, esa sólida forma humana del amor, lo que
remueve la piedra que nos mantiene presos de oscuros sueños.
En el
siguiente paseo primaveral, las verdes palmeritas junto al camino eran
jubilosas Aleluyas de Pascua.
Parecían
decir al mecerse con la brisa: "Somos labranza de Dios" (3)
(1) 1 Cor. 3:7 (2) Hechos
2:24 (3) 1 Cor. 3:9
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