El idioma humano acerca a la Verdad pero de forma
vaga e imprecisa. Nunca traduce correctamente.
Valga el siguiente ejemplo.
Voluntad proviene de “voleo” querer, desear. Lo
que introduce la idea de algo que no se tiene y se pretende tener. Ese
anhelar algo nos sitúa en el tiempo, porque supone que en un momento
algo no se posee y que después posible o seguramente se conseguirá. Es
decir, el deseo saca de la eternidad.
No es el caso de la llamada Voluntad de Dios. El no
desea nada, porque es y tiene Todo.
Querer que se haga Su voluntad en mi existencia es
vana aspiración. Porque Ella siempre está cumplida. La llamada “voluntad
divina” ni halla, ni puede encontrar, impedimento.
Es una actual y sempiterna realidad, de la que
únicamente podemos ser conscientes o inconscientes. Conocerla es gozarla
y su ignorancia se traduce por ansiedad o desespero.
Todo lo que Dios ama ya es. Por tanto el hombre
perfecto que somos, ya lo somos. Lo reconozcamos o no.
La expresión “voluntad de Dios” conduce a
confusión. Sólo hay voluntad mortal, ya que únicamente la mente humana
considera necesidades, carencias, imperfecciones que sustituir o
cambiar.
En el “Padre Nuestro” se dice desde la perspectiva
del hombre mortal “Venga tu reino”. Y la respuesta absoluta que añade
la interpretación espiritual aclara con pacificadora rotundidad “Tu
Reino ha venido. Tú estás siempre presente”.
(1)
Y al “Hágase tu voluntad…” en dos “ámbitos”
diferentes (cielo y tierra), corresponde el tomar conciencia de la universal supremacía y
omnipotencia divina en el presente eterno que implica el verbo ser en
presente: “…Dios es omnipotente, supremo”.
(2)
En concordancia con lo anterior es profundamente
revelador como la Sra. Eddy, en Escritos Misceláneos, identifica
Voluntad de Dios con el Poder del Espíritu.
(3)
No hay voluntad de Dios, tal como el pensamiento
humano puede identificar, sino Poder de Dios. Y de Él es todo el poder.
No hay otro.
“No tendrás otro Poder delante de mí”.
(4)
No hay que estar preocupado por el triunfo del
único Poder. Ya Todo es.
Durante muchísimos años resumía mis aspiraciones
más profundas en una oración “robada” de las palabras con que Ignacio de
Loyola acaba todas sus cartas: “Que Su santa voluntad sintamos y ella
enteramente cumplamos”.
Hoy al comprender más he tenido que corregir el
anhelo en esta declaración de la Verdad:
“Sólo tu Poder es, y Él constituye
mi auténtica Vida”.
(1) Ciencia y Salud 16:34-35
(2) Ciencia y Salud 17:4 (3)
Escritos Misceláneos 185:4-5
(4) Éxodo 20:3
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