Leo las palabras de Jesús: “¿Tanto
tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?”.
Y de
repente la frase se repite como un eco que me resuena desde todas las
direcciones. Parece decírmela Laly... cada uno de mis familiares... amigos…
Iba a añadir “conocidos” y “desconocidos”. Pero me interrumpo.
Porque en realidad, todos, todos, son ignorados en su verdadera identidad.
Incluso yo
mismo. “Tanto tiempo conmigo y todavía no me
conozco”.
Y lo escucho no como un reproche, sino
como “evangelio”, como buena noticia.
Es
como en este amanecer, lo negro y después, lo gris, se va yendo.
Y entonces,
¡cuánta maravilla me abraza y me empapa!
Ahora afronto el día con la misma
ilusión que cuando niño abría un libro nuevo.
Aunque en realidad soy yo quien
ha de estar abierto.
Y así la Verdad se precipitará en mi interior con el alegre frescor
de la Vida.
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