En otra Pascua mi
reflexión acabó titulada “¿Quién nos removerá la piedra?".
Y hoy, el
calendario me trae de nuevo, parecidos pensamientos sobre la
ineficacia de la preocupación. Aunque para muchos parece imposible
liberarse de su tortura.
Siempre repite su
presencia cuando aceptamos como real la apariencia de un problema.
Las ojos de las
buenas mujeres certificaron la clausura del sepulcro con el rodar de la
roca.
Y ahora un doloroso
interrogante acompaña todas sus acciones. Preparan diligentes los
aceites y perfumes mortuorios. Madrugan, pasada la obligación del
descanso sabático. Se apresuran, noche aún, por un camino carente de
luz. Pero siempre con la temerosa pregunta:
¿Cómo retirar la
piedra? Ellas solas no suman la fuerza suficiente. “¿Qué hacer?” Se
repiten una y otra vez, como auténticas imágenes de la duda y la
ansiedad.
Su pena es
inconsolable. La muerte del Maestro ha enterrado sus esperanzas… en una
sepultura más difícil de abrir.
Me identifico con
esa comitiva femenina. La experiencia de tantos días oscuros me lo
facilita. También yo he sufrido confusos torbellinos de pensamientos en
torno de “algo” sin vida o realidad.
Y todo, ¿por qué?
Por poner a un lado
la Verdad ya declarada. “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en el
tercer día” (Juan 2:19). Que yo me traduzco: “Creéis que es posible
acabar con lo real. Pero yo en el día de la luz os lo descubriré
intacto”.
Los problemas
pertenecen al ejercicio de las Matemáticas, pero no son propios de la
Vida. Aparecen como fantasmas cuando velamos la Verdad. Cuando buscamos
vida en la muerte (Lucas 24:5)
Huérfanos de la
Palabra al ignorarla, los sentidos físicos se convierten en la práctica
en guía y conciencia exclusiva. Entonces el horizonte se cubre de
pruebas y se diseñan estrategias tan difíciles como inútiles. Surge
la preocupación que es miedo maquillado. Y el temor que es negar a Dios.
Sólo la resignación actúa de bálsamo como una anestesia que nos
adormece.
Pero todo se esfuma
sin dejar huella si nos aferramos a la Buena Noticia:
“Sólo es el Bien
infinito”.
Así no habría noche
ni angustias, ni preguntarnos más “cómo entrar en los sepulcros” para
“mejorar” un cuerpo mortal. Porque vivificar la muerte es imposible.
Sobra preguntarse
por la piedra, por los obstáculos. Dejemos de buscar en los sepulcros.
Porque nada puede
encerrar la Vida. Nada puede impedirla. Ella es Todo y en Ella nunca
hay muerte.
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