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jueves, 27 de abril de 2017

COMPAÑEROS IMAGINARIOS


Fue en mi infancia. Durante un corto tiempo en que nos mudamos a las afueras de Málaga.
El lugar dificultaba encontrar compañeros de juegos.
Entonces imaginé a Errol, mi amigo invisible. Se trasladó a mi fantasía después de ver “Robín de los bosques”.
Con él sudaba incansable en interminables cabalgadas por el zaguán de “Villa Jazmín”. ¡Cuántos castillos asaltamos trepando por las rejas de hierro de las ventanas!
Pero mi compañero de aventuras era mi secreto.
Por eso mi abuela repetía: “Me preocupa que el niño hable solo. Un día no va a saber quién es”.
Después conocí a Tinín, el hermanito de Curro.
Como yo, también tenía un compañero imaginario. Lo llamaba Miguelito.
Y siempre que su madre iniciaba “un sumario por catástrofe” con “¿Quién lo rompió?”, Tinín se excusaba invariable: “Fue Miguelito”.
Esta mañana, Errol, Tinín y Miguelito han acudido a mi memoria.
Y también, María, mi abuelita. Porque ella, en parte, tenía razón. “Un día no vas a saber quién eres”.
Aunque eso no sucede por hablar solo y en juegos.
La inmensa mayoría de los adultos y de los niños confunden su verdadera identidad.
Se creen “Miguelito”, el culpable de todo.
Con los años no abandonamos al compañero invisible. Aunque así lo creíamos. Y se ha hecho “mayor” con nosotros.
Al fin, he descubierto su nombre. No es “Miguelito”, sino “yo”. Y “mortal” es su apellido.
En realidad podemos declarar a la manera de Tinín.
El que no ama es el “yo mortal”.
Es quien colecciona rencores.
El que se ahoga en celos y envidias.
El que se entristece.
El que teme o se preocupa.
El que se accidenta, se deteriora y sufre.
El que debe morir y muere.

Sólo ese imaginario “yo mortal”, es el protagonista de todo lo malo e inexistente.
Por eso Pepe, Curro, Tinín, la abuelita María... y todas las criaturas de Dios, somos inocentes. ¡Siempre!

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