La verdadera
libertad no puede ser otra que aquella que tiene su origen en la Verdad.
Pero acerca
de la libertad hay mucha confusión. Es una palabra muy usada, pero
frecuentemente equivoca.
Incluso los
movimientos que se autodenominan liberales se basan en un concepto de la misma
harto discutible. Descansan sobre aquella famosa frase "laissez faire,
laissez passer" ("dejad hacer, dejad pasar").
Estas
palabras pronunciadas por Vicent de Gournay en la primera mitad del siglo XVIII
entronizan como dogma la creencia de Adam Smith en la existencia de una mano
invisible que guia a la economía capitalista. Por ello la suma de los egoísmos
responsables repercutiría en beneficio de toda la sociedad y el desarrollo de la
economía.
La puesta en
práctica de esa teoría supondría una masiva reducción del tamaño de los
programas sociales y el predominio de la ley de la oferta y la demanda en todos
los ámbitos de la vida.
Pero lo que
hace libre al hombre no es un dejar de hacer o la destrucción de las barreras
aduaneras entre países.
Tampoco
la posibilidad de poder elegir por uno mismo un camino, aunque sea el
equivocado. Esto no quiere decir que preferimos o aceptamos el ser gobernados o
"salvados" por otros individuos considerados como más sabios o
poderosos.
La libertad
de uno no puede limitar la libertad de los demás. Pero tampoco la libertad de
la mayoría puede o debe anular o empequeñecer la del individuo. Tiene que ser
como se afirma en Ciencia Cristiana: "La bendición de uno bendice a
todos".
La libertad
tal como la entiende la mayoría, es decir, como la capacidad y posibilidad de
escoger entre dos o más opciones, sólo existe en este sueño que se llama
existencia mortal. Porque sólo en el mundo de la ilusión existe lo bueno
y lo menos bueno o incluso lo malo. En la Realidad sólo es el Bien y su
manifestación infinita, porque Dios es Todo en todo(1). Esa es la Verdad.
Y la libertad
verdadera sólo puede ser el efecto de la Verdad. Ella es la que hace libre al
hombre, no esclavo de miedos en un ámbito, el divino, donde sólo puede existir
el Amor infinito. En esa presencia, el miedo es siempre expulsado de inmediato.
Estando
despiertos, no hay posibilidad de elegir entre el Bien y el mal, porque no
existe este último. Siendo conscientes de la única Verdad tampoco cabe el
escoger entre dos bienes (uno mayor y otro menor) porque sólo existe el único
Bien. La libertad entonces no es una actividad humana sino la consecuencia de
la Verdad que llega a nosotros como un regalo, como cualidad integrante de
nuestra identidad.
El hombre
verdadero, es decir, el que vive la Verdad, no tiene que conquistar la
libertad. Porque nunca la ha perdido.
Somos libre
de todo. Es imposible que caigamos presos del error, cegados por la mentira.
Por eso me
gusta recordar las palabras de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud: "La
Verdad trae los elementos de la libertad. Su estandarte lleva el lema inspirado
por el Alma: 'La esclavitud está abolida.' El poder de Dios libera al cautivo.
Ningún poder puede resistir al Amor divino. ¿Qué es ese supuesto poder que se
opone a Dios? ¿De dónde viene? ¿Qué es aquello que ata al hombre con
cadenas de hierro al pecado, la enfermedad y la muerte? Todo lo que esclavice
al hombre es contrario al gobierno divino. La Verdad hace libre al
hombre."(2)
Conscientes
de nuestra identidad humana siempre somos llevados hacia el Bien sin
posibilidad de equivocarnos. Esa es una buena noticia que el Cristo pregona a
los cautivos de todos los tiempos. La libertad es, porque Dios ama la libertad:
es la fuerza que nos atrae hacia Él y nos mantiene siempre unidos a su Ser.
Como
define el filósofo alemán Dietrich von Hildebrand: "La libertad es una
fuerza que nunca ata a amores finitos sino que siempre nos mantiene abiertos a
lo Infinito".
(1) Ciencia y
Salud: 468:12.
(2) Ibidem:
224:28-4
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