A veces, las
peticiones de ayuda llegan tan subrayadas de dolor y desespero que despiertan
al supuesto yo con el que tanto tiempo me he estado identificando.
Y llego a
creer por momentos que esa es la realidad.
Y para no experimentar el mundo de
mis temores me sumerjo en el océano infinito del Bien donde sólo reina la realidad
que es el Amor.
En Él voy ahogando el limitado patrimonio de la nada.
Y declarar la Verdad que sólo somos el Uno (aunque me escandalice confesar que
somos y estamos en la divinidad), es lo que va aquietando al que me llamó.
Al
mismo paso que entro en el sosiego de reconocer la totalidad del Bien.
Esa única realidad que excluye
incluso la posibilidad de su ausencia.
Durante años pensé
que el gran reto de la humanidad era creer en Dios.
Ahora sé que el
desafío a superar por todos es muy otro y a la vez semejante.
Se trata de creer en el verdadero hombre.
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