Me preguntas acerca del suicidio. Y los garfios (¿?) del interrogante me traen sin mucha espera,
experiencias del pasado.
Porque confieso que he probado el amargo sabor la
muerte derramada sobre historias prematuramente rotas. Todas dolorosas y
algunas muy cercanas.
Ahora me siento con los recuerdos. Y es el respeto el
primer sentimiento con que los saludo. Aunque en mi niñez, el suicida no sólo
tenía que cargar con su tragedia. También se le lastraba con el
estigma.
Para pensar correctamente conviene hablar con
propiedad. Por eso recurro al diccionario.
Suicidarse es la acción que califica a alguien como
suicida. Pero los léxicos a veces son equívocos. Como el de la Real Academia de
la Lengua Española cuando define el suicidio como “Quitarse voluntariamente la vida”.
Considero en esta frase tantos errores
como palabras. “Voluntariamente” hace referencia a la libertad, al hecho de ver
o no, alternativas que escoger. El hombre que elige “terminar” no lo hace por
capricho. No es que no quiera vivir, sino que este “sin-vivir” no le merece la
pena. Ama la vida incluso mucho más que los que soportan una existencia
estrecha y sin aparente sentido.
Porque “la vida” es más que dejar
transcurrir las horas en anestésica somnolencia. En lo que se llama “matar el
tiempo”.
La Vida es otra cosa. Jesús diría: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y al Cristo, a quien has enviado.” (Juan
17:10) Solamente
conociendo la Verdad de Dios podemos descubrir nuestra identidad, ya que somos
sus imágenes, su perfecto reflejo. Y esa Verdad será la que nos sitúe en el
lugar de la libertad.
El suicida no se contenta con la parodia
que el “mundo” ofrece pese a lo envuelta en mil colorines con que la presente.
No desprecia la Vida, sino que la ama. Y al no encontrarla en el
asfixiante espacio de su sueño, se arroja sin despertarse, lejos de él. La pesadilla
no la considera respuesta adecuada a su ardiente deseo.
Pero aquí no terminan los errores de la
definición.
El “quitarse” es sólo una apariencia. La
única realidad es Dios, el Amor, la Verdad y la Vida. Y al ser Éste, infinito,
nunca podemos estar fuera de la Vida. Ni después de lo que se llama suicidio ni
antes, en lo que resultó una caricatura de vivir. Todo es cuestión de sonámbula
inconsciencia o despertar.
Por tanto, el motivo de todo suicidio es
una intensa nostalgia de Vida.
Algunos creen que le han robado la vida al
haberla puesto en algo o en alguien. ¡Qué equivocadas, y por tanto, peligrosas,
esas identificaciones! “Tú eres mi vida”, “El éxito ..., el beber ....eso o
aquello es la razón de mi vivir”.
Porque la vida no se puede aprisionar en
nada que tenga límites, la asfixiaríamos y se convertiría en lo
contrario, en su caricatura.
Otros piensan que el suicida es víctima de
un ataque de locura. Puede. Pero ¿no hace falta volverse loco para mantenerse
crédulamente feliz en esta sombra de vida? Imitando a Jesús exclamamos “Sólo el
que permanezca cuerdo, que tire la primera piedra”.
Pero no son los suicidas los más dementes.
Incluso están, entre los más preparados para apreciar la verdadera Vida en “la
que tenemos nuestro ser” (Hechos 17:28)
En realidad, el suicidio es una especie de
huida hacia delante que en la práctica resulta en un escape hacia atrás.
Sólo se deja atrás el problema cuando encontramos la solución. De lo contrario
nos perseguirá como una sombra, en nuestra fuga desesperada alrededor del
mundo.
Pero, ¿hay solución?
Es lo único que en verdad, abunda. Todo es
solución o salvación.
Pero no se trata de ir hacia atrás o
correr adelante. Es entrar “dentro de sí”, donde hay sagrado silencio para
escuchar la Palabra “sanadora”.
El suicida experimenta una situación de
extrema necesidad antes de continuar por caminos tan errados como el intento de
“marcharse”.
Una situación sufrida también por el
protagonista de aquella parábola que se bautizó como la del “hijo pródigo”.
El joven tuvo que ser tentado con el
suicidio como otros tantos frustrados buscadores de la Vida que preguntan por
Ella donde no se encuentra.
El joven “entró dentro de sí”, se despertó y posibilitó en la negrura
desesperante de su extrema situación, la oportunidad de Dios” (Ciencia y Salud 266:16-17).
Ahora pudo caminar en la luz, en la
alegría, en la Vida.
Esa es la solución. Lo afirmo porque no
hablo de oídas.
Yo también me sentí al borde de la
decisión equivocada pero que entonces creí única.
El considerar el dolor que iba a provocar
en mi entorno me hizo despertar. El no querer hacer sufrir por mi pérdida me
detuvo. Aunque sólo fue una migaja de amor a los demás, eso me empujó hacia lo íntimo. Me hizo entrar dentro de mí y sentir la amorosa Palabra que da
Vida.
El Amor es siempre la solución. Porque el
Amor mismo es la Vida. Y ese mismo Amor es el que nos espolea a Vivir, para que
también otros vean que es posible.
Porque es la única
posibilidad. Sólo es la Vida y su manifestación infinita.
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