La quijada de asno se ha cambiado por el misil, el
insulto, la goma-dos, la calumnia, la bomba lapa, el machete o la
maldición.
Pero lo de Caín y Abel continúa. En
muchas partes. Venezuela, Afganistán, Gaza, Siria… Quizás también en la vivienda
del vecino o en la nuestra. La geografía del drama es amplía y hasta
próxima por globalizada.
Invade las pantallas de televisión,
las emisiones radiofónicas y las portadas periodísticas. Y al superar el
umbral de los horrores no se provocan cambios. Sólo se consigue
anestesiar las conciencias.
Pero, “¿qué podemos hacer?” Casi
siempre la pregunta tiene acento impotente.
Se pueden buscar causas. Se pueden
considerar la extensión espacial, la temporal, la numérica… del
problema. Se puede intervenir con otras fuerzas. Y se ha hecho. Pero
¿con que resultados?
¿Arrojamos la toalla o miramos a
otra parte?
La humanidad se ha acostumbrado al
escenario y a la historia cainita.
Pero esa no es la verdadera.
El episodio de Caín es sólo el mito
creado para justificar los comportamientos criminales. Declara que el
hombre fue concebido en el “pecado original” de la separación. Y si los
padres están separados de Dios, los hijos tendrán que estar divididos.
Esa ausencia de unión es la que siembra todo de muerte.
Por tanto, mientras no sustituyamos
el falso mito por el hecho verdadero se continuará matando hasta para
satisfacer al Señor de la vida.
Hoy se sigue sacrificando al prójimo
pese al salvador “¡Detente Abraham!” que liberó a su hijo Isaac.
Y ¿cuál es la Verdad? Que el hombre es todo bondad,
porque fue creado como la imagen y manifestación de Dios. Nunca ha
estado separado del Bien.
Tampoco fue creada una humanidad
cainita. Ni siquiera hubo un Adán y Eva más allá de la fábula de un
paraíso perdido. Todos continuamos en la Casa del Padre.
Pero, ¿cómo detener la matanza?
Reconociendo que no tiene su origen en Dios, el único creador.
Privándole de causa, y por tanto, de existencia.
Sólo es Dios y su manifestación
infinita. Sólo hay paz para los hombres que Dios ama. Es decir, para
todos.
¿Y cómo percibir que sólo existe esa
paz? Disolviendo las malas noticias con la luz de ese auténtico
evangelio: “para Dios todo es bueno”.
Hay que despertar de esta pesadilla
que creemos tan real.
Decir esto parece muy fuerte. De una
fantasía evasiva. Pero no otra fue la actitud de Jesús.
Ante el anuncio de una muerte afirmó
con contundencia: “La niña no está muerta, sino dormida”. Y apartado de
los incrédulos - a solas con los padres-, se dirigió a la pequeña
convencido de la inmutable bondad de la creación divina. “Niña,
levántate”. Y los padres recobraron a su hija.
Podemos seguir llorando incrédulos a
los millares de muertos de cada día.
O podemos despertar de nuestro
particular sueño de desuniones y encender la luz que disipe la oscuridad
en que los hombres se disfrazan de enemigos.
Yo prefiero, como estudiante de la
Ciencia Cristiana, optar, como el Maestro, por la alternativa cristiana:
ver ahora lo que Dios siempre está viendo. Él sólo ve el Bien. El
siempre ve lo que es.
“Jesús veía en la
Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él
donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales.
En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y
esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús
enseñó que el reino de Dios está intacto, que es universal y que el
hombre es puro y santo." (Ciencia y Salud 476:34-6)
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