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lunes, 28 de agosto de 2017

DETENGAMOS LA VIOLENCIA



La quijada de asno se ha cambiado por el misil, el insulto, la goma-dos, la calumnia, la bomba lapa, el machete o la maldición.
Pero lo de Caín y Abel continúa. En muchas partes. Venezuela, Afganistán, Gaza, Siria… Quizás también en la vivienda del vecino o en la nuestra. La geografía del drama es amplía y hasta próxima por globalizada.
Invade las pantallas de televisión, las emisiones radiofónicas y las portadas periodísticas. Y al superar el umbral de los horrores no se provocan cambios. Sólo se consigue anestesiar las conciencias.
Pero, “¿qué podemos hacer?” Casi siempre la pregunta tiene acento impotente.
Se pueden buscar causas. Se pueden considerar la extensión espacial, la temporal, la numérica… del problema. Se puede intervenir con otras fuerzas. Y se ha hecho. Pero ¿con que resultados?
¿Arrojamos la toalla o miramos a otra parte? 
La humanidad se ha acostumbrado al escenario y a la historia cainita.
Pero esa no es la verdadera.
El episodio de Caín es sólo el mito creado para justificar los comportamientos criminales. Declara que el hombre fue concebido en el “pecado original” de la separación. Y si los padres están separados de Dios, los hijos tendrán que estar divididos. Esa ausencia de unión es la que siembra todo de muerte.
Por tanto, mientras no sustituyamos el falso mito por el hecho verdadero se continuará matando hasta para satisfacer al Señor de la vida.  
Hoy se sigue sacrificando al prójimo pese al salvador “¡Detente Abraham!” que liberó a su hijo Isaac.
Y ¿cuál es la Verdad? Que el hombre  es todo bondad, porque fue creado como la imagen y manifestación de Dios. Nunca ha estado separado del Bien.
Tampoco fue creada una humanidad cainita. Ni siquiera hubo un Adán y Eva más allá de la fábula de un paraíso perdido. Todos continuamos en la Casa del Padre.  
Pero, ¿cómo detener la matanza? Reconociendo que no tiene su origen en Dios, el único creador. Privándole de causa, y por tanto, de existencia.
Sólo es Dios y su manifestación infinita. Sólo hay paz para los hombres que Dios ama. Es decir, para todos.
¿Y cómo percibir que sólo existe esa paz? Disolviendo las malas noticias con la luz de ese auténtico evangelio: “para Dios todo es bueno”.
Hay que despertar de esta pesadilla que creemos tan real.
Decir esto parece muy fuerte. De una fantasía evasiva. Pero no otra fue la actitud de Jesús.
Ante el anuncio de una muerte afirmó con contundencia: “La niña no está muerta, sino dormida”. Y apartado de los incrédulos - a solas con los padres-, se dirigió a la pequeña convencido de la inmutable bondad de la creación divina. “Niña, levántate”. Y los padres recobraron a su hija.   
Podemos seguir llorando incrédulos a los millares de muertos de cada día.  
O podemos despertar de nuestro particular sueño de desuniones y encender la luz que disipe la oscuridad en que los hombres se disfrazan de enemigos.
Yo prefiero, como estudiante de la Ciencia Cristiana, optar, como el Maestro, por la alternativa cristiana: ver ahora  lo que Dios siempre está viendo. Él sólo ve el Bien. El siempre ve lo que es. 
“Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, que es universal y que el hombre es puro y santo." (Ciencia y Salud 476:34-6) 

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