En Agosto la zona donde resido se afiebra. Hasta se
llega a sobrepasar los 40º. Esa cota se supera con relativa y
ardiente facilidad. Con los rostros bañados en sudor y resecas las
gargantas, la sed hace acto de presencia. Y surgen los consejos. “No
consumas líquidos azucarados”. “Lo mejor es el café que es amargo”.
“Bebe agua. Es el mejor remedio”.
Y
entonces, un ángel refresca mi conciencia con su mensaje: “ Sólo
Dios sacia mi sed”.
Eso me
recuerda la frase de Isaías: “Porque
yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida;
mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus
renuevos. (Isaías 44:3)
Diagnosticamos
carencias y deducimos con sospechosa lógica lo que mejor llenará
nuestros vacíos.
Ansiamos con
desespero salud, bienes materiales, esta o aquella relación amorosa…
Sin darnos cuenta,
como Agar, que el manantial no está lejos. Se encuentra en nuestro
mismo angustioso desierto. Siempre donde estemos. Pero nuestra
visión precisa luz espiritual, para descubrirlo y gozarlo.
Cuando se siente el
hambre no hay que convertir las piedras en panes. No hay que cambiar
la irreal condición material instalada en lo que llamamos “nuestros
pensamientos” por una presencia “mejorada”. “No es eso lo que le da
la vida al hombre, sino la Palabra, los pensamientos de Dios”. (Cf. Mateo 4:3 y 4)
No hay que buscar
fuera de nuestra conciencia. Todo está dentro, en lo íntimo de
nuestro ser.
Como nos recuerda Agustín de Hipona en sus
Confesiones: “Y
tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba… me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas
conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas
cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.” (1)
Debemos saber qué buscamos, qué es lo que anhelamos. Todo lo que
necesitamos es Dios. Él es nuestra herencia. (Salmo 16:5) Y para ese tesoro no necesitamos mapa. Porque está dentro de
nosotros. Sólo tenemos que regresar a nuestro verdadero ser,
de la tierra de la nada, de lo inexistente. Y respirar el perfume de
la Vida.
Pienso
que los que visitan este modesto rincón de reflexiones son como se
describen en Ciencia y Salud “…–sencillos
buscadores de la Verdad, fatigados peregrinos, sedientos en el
desierto-“ que “esperan con anhelo descanso y refrigerio”. (Ciencia y Salud 570:13-17) Por eso mi deseo más ferviente es que todos apuremos el vaso de agua
fría que de verdad acaba con nuestra sed, y que no es otro que el
Amor incondicional que desde la eternidad nos pensó.
(1) Agustín de Hipona:
Confesiones. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo
fuera, Y por fuera te buscaba; Ignorante como era, Me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo
mas yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas
cosas Que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y
clamaste, y rompiste mi sordera: Brillaste y resplandeciste, y
fugaste mi ceguera; Exhalaste tu perfume y respiré, Y suspiro
por ti; Gusté de ti, y siento hambre y sed; Me tocaste y me
abrasé en tu paz. "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti"
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