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miércoles, 23 de agosto de 2017

PENSANDO DESDE EL CALOR


En Agosto la zona donde resido se afiebra. Hasta se llega a sobrepasar los 40º. Esa cota se supera con relativa y ardiente facilidad. Con los rostros bañados en sudor y resecas las gargantas, la sed hace acto de presencia. Y surgen los consejos. “No consumas líquidos azucarados”. “Lo mejor es el café que es amargo”. “Bebe agua. Es el mejor remedio”.
Y entonces, un ángel refresca mi conciencia con su mensaje: “ Sólo Dios sacia mi sed”.  
Eso me recuerda la frase de Isaías: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos. (Isaías 44:3)
Diagnosticamos carencias y deducimos con sospechosa lógica lo que mejor llenará nuestros vacíos.
Ansiamos con desespero salud, bienes materiales, esta o aquella relación amorosa…
Sin darnos cuenta, como Agar, que el manantial no está lejos. Se encuentra en nuestro mismo angustioso desierto. Siempre donde estemos. Pero nuestra visión precisa luz espiritual, para descubrirlo y gozarlo.
Cuando se siente el hambre no hay que convertir las piedras en panes. No hay que cambiar la irreal condición material instalada en lo que llamamos “nuestros pensamientos” por una presencia “mejorada”. “No es eso lo que le da la vida al hombre, sino la Palabra, los pensamientos de Dios”. (Cf. Mateo 4:3 y 4)
No hay que buscar fuera de nuestra conciencia. Todo está dentro, en lo íntimo de nuestro ser.
Como nos recuerda Agustín de Hipona en sus Confesiones: “Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba…  me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.” (1)
Debemos saber qué buscamos, qué es lo que anhelamos. Todo lo que necesitamos es Dios. Él es nuestra herencia. (Salmo 16:5) Y para ese tesoro no necesitamos mapa. Porque está dentro de nosotros. Sólo tenemos que regresar a nuestro verdadero ser,  de la tierra de la nada, de lo inexistente. Y respirar el perfume de la Vida.
Pienso que los que visitan este modesto rincón de reflexiones son como se describen en Ciencia y Salud “…–sencillos buscadores de la Verdad, fatigados peregrinos, sedientos en el desierto-“  que “esperan con anhelo descanso y refrigerio”. (Ciencia y Salud 570:13-17) Por eso mi deseo más ferviente es que todos apuremos el vaso de agua fría que de verdad acaba con nuestra sed, y que no es otro que el Amor incondicional que desde la eternidad nos pensó.
 (1) Agustín de Hipona: Confesiones. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, Y por fuera te buscaba; Ignorante como era, Me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas Que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera: Brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; Exhalaste tu perfume y respiré, Y suspiro por ti; Gusté de ti, y siento hambre y sed; Me tocaste y me abrasé en tu paz. "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" 

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