Me dices “No remonto. Me invade
la tristeza”. Y me haces pensar. “¿Cómo es eso posible, si Dios
permanece en la alegría?
Y acude la reflexión: “Creernos e
incluso sentirnos “distintos” a Dios es la raíz de todo pesar. Deducir
que tenemos que mejorar, desatarnos del error, adquirir más
conocimiento… llegar hasta Dios… Esa es la equivocación.
Es sabido, aunque no siempre
practicado, que se debe partir desde la Verdad y no hacia Ella, si
queremos caminar por la misma. Por senderos de error nunca se alcanzará.
Y parte de esa Verdad es lo que en realidad somos.
¿Si Dios es Todo, qué somos
nosotros en esa “totalidad”? Nada en cuanto “yoes”. No existimos y
nunca fuimos.
Tenemos ser, movimiento y vida sólo
como expresiones de la Mente… como manifestaciones del Bien infinito.
Esa es nuestra identidad.
Entonces, si Dios es alegre y lo
es, necesariamente lo hemos de reflejar. Y lo hacemos, aunque los
sentidos físicos no nos puedan informar de ello. Lo que no impedirá que
el Todo, del que somos su huella, continúe alegre.
Hay una cita de Isaías que me
complementa esa comprensión.
En un contexto de alegre despertar
el profeta exclama: ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del
que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del
bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»!(Isaías 52:7))
El ser portador de buenas noticias
convierte al emisario en un hombre alegre. Y la causa de la alegría es
sólo una: “Dios gobierna”. No hay otro poder, ni amenaza, ni desarmonía.
La única fuente para el gozar es
ésta: no hay otro Dios, ningún otro ser.
Eso se experimenta al ir “por los
montes”. Al caminar por ellos y no por los bajíos. Al espiritualizar el
pensamiento.
Entonces es todo el hombre
(rostro, manos e incluso pies) el que resplandece de alegre hermosura.
Porque la belleza no puede ser triste.
Aceptar el mensaje hace que todo el
ser se revista de belleza y de alegría.
Pero este pasaje me descubre algo
más. Aunque los pies estén empolvados y cansados, siguen formando parte
inseparable (no que la hayan unido a un cuerpo) de alguien que marcha
con gozo. Y pienso:
“Al reinar la alegría en la
conciencia del mensajero, hasta el cuerpo ya no siente la fatiga, sino
nada más que el gozo de la noticia que se comparte”.
Y en eso descubro el antídoto de
toda tristeza o decaimiento, y la clave para disfrutar de “mi alegría”.
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