A veces, y para muchos siempre, la
vida parece no tener sentido.
Se presenta a la experiencia como un
libro de historia al que se le hubieran encuadernado sus hojas sin ninguna
ordenada paginación. Como cosidas al azar, después de recogidas del
suelo, desparramadas y revueltas.
Para la mayoría es un puzzle que
cansados ya no intentamos resolver. Otros hemos probado y cambiado posiciones
sin acabar de dar con el hueco en que ajustarnos cómodos, sin sentir aristas
ajenas ni hacer daño con las nuestras.
La vida con frecuencia se antoja un
libro de lectura muy difícil. Hace falta mucha comprensión.
Y esa pesimista consideración trae a
mi memoria un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 8:27-39).
Un funcionario de la corte de Etiopía
regresa de Jerusalén leyendo a los profetas.
Un diácono (el que reparte el pan a los huérfanos y viudas que nada poseen), Felipe,
se acerca y le pregunta "¿Comprendes lo que lees?"
La respuesta es tan sincera como
humilde. "¿Cómo entenderé si nadie me lo explica?"
Felipe instruye al lector, y éste pide
ser bautizado.
El eunuco de la reina Candaces, que
esa es la condición del funcionario, ofrece un ilustrativo ejemplo.
Ser consciente de no entender lo que
vemos ya es señal de sabiduría. Mucho más es sentir la necesidad de una ayuda.
Y todavía más, el aceptarla cuando se nos ofrece.
Si repasamos el texto descubrimos que
Dios nos coloca la ayuda adecuada siempre. Justo a nuestro costado aunque
estemos atravesando el desierto. No hay que escalar un Himalaya para obtenerla.
Y todo comienza con el reconocimiento
de que no entiendo lo que veo, lo que me está sucediendo.
El no conocer, convierte nuestra
jornada, en un viaje por tierras áridas.
La ignorancia es oscuridad. El producto de un cúmulo de
pensamientos improductivos. Incapaces todos de hacernos crecer ni siquiera un
"codo"(Mateo 6:27 ¿Y quién de vosotros podrá,
por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo?).
La enseñanza al ser aceptada, expulsa
el error. La Verdad limpia. Esa consecuencia del enseñar es el bautizar. Nunca
nos purificamos. Son los pensamientos de Dios los que nos bautizan. Ellos nos
lavan el polvo del desierto.
En este pasaje, la acción simbólica
del bautismo, es el ceremonial que manifiesta que uno ya entiende lo que ve.
Antes de la acción ritual hay un breve
diálogo de esclarecedora importancia.
"… ¿Qué impide que yo sea
limpiado?"
Porque estar limpio, con el traje de
bodas, es indispensable para ingresar en la comunidad de los hijos de Dios. Y
según el Deuteronomio, a los eunucos les estaba vedada esa entrada.
No obstante, el constante progreso de
la comprensión de la Verdad corrigió esta incomprensible limitación en el bello
texto del profeta (Isaías 56:4-5 Porque el Señor
dice: “Si los eunucos .cumplen mi voluntad y se mantienen firmes en mi
pacto, 5 yo les daré algo mejor que
hijos e hijas; ... les daré un nombre eterno que nunca será borrado").
A lo que Felipe, responde: "Si
crees de todo corazón, bien puedes".
Porque creer "de verdad" es
comprender. Se acepta la enseñanza sólo cuando se conoce. El conocimiento de la
Verdad, aplicado momento a momento, es el que bautiza y mantiene limpio.
Hoy necesitamos muchos Felipes que en
actitud de servicio, se acerquen a los perplejos cuya existencia les resulta un
rompecabezas incomprensible. En estas horas de crisis hacen falta Felipes que
ofrezcan una llave que al abrir el entendimiento a las
Escrituras, sirva de guía en el camino.
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