"Cogito, ergo sum" (Pienso, por lo tanto, existo).
Esta declaración constituyó para René Descartes la
Verdad irrefutable a partir de la cual se pueden establecer todas las
demás certezas.
Y es que siempre "estamos" pensando. Por lo menos,
eso creemos: que somos nosotros mismos el sujeto del pensar.
Siempre hay un continuo desfile de pensamientos en
el escenario de la conciencia humana.
Pero con frecuencia, la secuencia es oscura,
confusa y caótica. No por eso se detiene. Incluso nuestro sueño es
testigo de esa incansable actividad, aunque al despertar nada o muy poco
recordemos.
Pero, ¿quién piensa?
La mente. Una Mente. No dos: una perfecta y otra
errónea
La Ciencia Cristiana nos descubre que sólo hay una
Mente.
Todos los pensamientos provienen de Dios.
Y sólo la falta de claridad es la causa de su
finitud, oscuridad o de las amenazas y temores que con demasiada
frecuencia suscitan.
Me figuro que nos ocurre como cuando en mis clases
yo usaba un proyector. Nunca admití que lo aparecido en la pantalla,
desvaído, deforme o descentrado era la diapositiva real.
Sólo había que girar y mover la lente hasta que la
desenfocada imagen aparecía con sus características originales y
auténticas.
Porque todo pensamiento nos viene de Dios y
participa de su perfección. Nunca los creamos nosotros.
Pero no por eso tenemos que aceptar su proyección
irregular en nuestra conciencia.
Todo lo que tiene su origen en la Mente divina es
bueno y armonioso. Por eso, cuando la conciencia se llena de enfermedad,
carencias, tristezas... hemos de girarnos hacia su fuente, el Bien
infinito. Hasta que percibamos sólo salud, abundancia, alegría...
Esa actividad de la Mente omnipresente es la clara
señal evidente de que nunca estamos solos, sino que en lo más íntimo de
nuestro ser, permanece el Espíritu en continua comunicación de Amor.
Y esa constante presencia de Dios es
la garantía de nuestra eterna existencia.
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