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sábado, 19 de agosto de 2017

PROGRESAR EN EL ESPÍRITU


Hablar de progreso espiritual en el idioma del mundo induce a confusión con frecuencia.
 Porque esa forma de hablar circunscribe todos los temas dentro de límites estrechos y cerrados.
 Así el deseo de progresar –que parece tan honesto- incluye varias direcciones erróneas.
 La primera es reconocer carencia de algún bien.
 Lo que lleva a una segunda: declarar que Dios se equivocó al calificar de “Buena” su creación, al estar falta de algo, al menos en algunos.
 Y esta última conduce a otra tercera:
 Que el Bien no es infinito, ya que falta o no está en alguna parte.
 En todo subyace la creencia acerca de la autoría independiente del hombre o su autónomo protagonismo. Es decir, que yo puedo “prometeicamente” conseguir algo por mí mismo. Lo cual me diferenciaría de Dios.
 Cierto, que para suavizar esa convicción tan extendida, a veces se matiza añadiendo que “todo se hace con la ayuda de la gracia divina”.
 Pero ese auxilio no preserva del orgullo egóico por haber conseguido esta o aquella cota de perfección o libera de la frustración por no haberlo logrado.
 Progresar espiritualmente no es eso.
 Porque sería como ir al tocador a maquillar el rostro o adornar la apariencia y en cambio, colorear la imagen del espejo con el pintalabios.
 Si la persona es perfecta, su manifestación también lo será. Imposible ser otra cosa. El ser humano no puede ser diferente de Aquel a quien refleja.
 Progresar espiritualmente es comprobar la absoluta e inmutable perfección de Dios a la que nada más se puede añadir de Bien. Y acto seguido reconocer que todo eso es uno mismo.
 Nuestro trabajo no consiste en acumular nuevas virtudes, sino en ser consciente de la Verdad. Repasar una y otra vez las divinas cualidades hasta establecer en nuestra conciencia de modo inconmovible la totalidad perfecta de Dios. Anclarnos en esa certeza nos llevará a reconocer en nosotros y en todos, esa maravilla, sin infectarnos de absurda y vacía vanidad, pero sí con alegre humildad.
 El progreso es desarrollo y no mero avance. Desarrollar es hacer visible todo lo que está en el rollo, pero sin añadir algo nuevo a ese contenido.
 Ya lo tenemos todo. Pero para darnos cuenta, lo más práctico no es mirar a la imagen del espejo sino sólo a Aquel que observa satisfecho su creación. 

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