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viernes, 11 de agosto de 2017

NO LE HABLES DE PROBLEMAS A DIOS

    
 En más de una ocasión he interrumpido a quien me describía con todo detalle un cuadro de desarmonía. Siempre lo justifico con ésta o parecida frase: "Si me convences de la realidad del problema creo que no te serviré de mucha ayuda".
Prestamos tanta atención a las creaciones de la mente mortal que al "sentirlas" como molestas es obvio que queramos destruirlas. Pero sucede que la magnitud del deseo de vernos a salvo intensifica esa falsa presencia y le da un pasaporte para transitar ya sin impedimentos por nuestra existencia cotidiana.
Pienso que muchas veces esta actitud está alimentada por un enfoque metafísico erróneo. Se considera el Poder de Dios en razón de que puede destruir a un mal previamente existente. Ahí está la gran equivocación. Creer en la coexistencia del Bien y del mal. 
Algunos gustan en atribuir a Dios el título de Médico Omnipotente. Eso puede llevar a pensar que hay "algo" que curar. Y se acude a Él, como a Sanador, con un listado de síntomas o problemas. Pero esa enumeración va tejiendo un velo que nubla nuestra visión de Dios y nos deja en ocasiones más a solas con nuestras pesadillas.
Hace unas semanas escuché el sermón de un piadoso predicador. Fue una exhaustiva descripción de todos los males que sufren los humanos. El cuadro fue pintado con enérgicas y sombrías pinceladas. Al final dedicó sólo un par de minutos para presentar de forma un tanto difuminada el Poder del Amor.
Pensé: "Cada cual habla de lo que sabe y calla de lo que ignora". En general se es muy consciente de los males, y muy poco del Bien.  Sin embargo sólo el conocimiento de Dios es lo que provoca nuestro despertar. El saber de Dios es Vida, y nos confirma que sólo Ella es, y que los problemas nunca fueron, ni son, ni serán.
Cuando la negra red del error comience a caer sobre nuestra conciencia hay que escapar con urgencia hacia Dios dándole la espalda a toda sugestión de dolor, mal o desarmonía. Pero no para  relatarle a la divina Mente la lista de nuestros pesares. Eso no es volvernos por completo al Amor. Al traer los problemas a su Presencia, La estamos oscureciendo. Ya no seremos conscientes de la Vida que llena todo armoniosamente, sin resquicio para algo más.
De niño fui un gran lector, un devorador de libros. Recuerdo que en algún cuento al héroe se le confiaba una palabra poderosa que al pronunciarse hacía desaparecer cualquier peligro o amenaza.
Hoy sé que esa Palabra es. Y se nos ha dado. Al colmar nuestra escucha interior con Ella todo el mal desaparece. Esa Palabra al ser nombrada va apareciendo infinita y expulsando toda sombra. Esa Palabra es el conocimiento de Dios. Por eso,

 No le hablemos a Dios de los problemas, sino que a los problemas y a todo, le hablemos de Dios, y sólo de Dios.

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