En más de una ocasión
he interrumpido a quien me describía con todo detalle un cuadro de desarmonía.
Siempre lo justifico con ésta o parecida frase: "Si me convences de la
realidad del problema creo que no te serviré de mucha ayuda".
Prestamos tanta atención a las creaciones de la
mente mortal que al "sentirlas" como molestas es obvio que queramos
destruirlas. Pero sucede que la magnitud del deseo de vernos a salvo
intensifica esa falsa presencia y le da un pasaporte para transitar ya sin
impedimentos por nuestra existencia cotidiana.
Pienso que muchas veces esta actitud está alimentada
por un enfoque metafísico erróneo. Se considera el Poder de Dios en razón de
que puede destruir a un mal previamente existente. Ahí está la gran
equivocación. Creer en la coexistencia del Bien y del mal.
Algunos gustan en atribuir a Dios el título de
Médico Omnipotente. Eso puede llevar a pensar que hay "algo" que
curar. Y se acude a Él, como a Sanador, con un listado de síntomas o problemas.
Pero esa enumeración va tejiendo un velo que nubla nuestra visión de Dios y nos
deja en ocasiones más a solas con nuestras pesadillas.
Hace unas semanas escuché el sermón de un piadoso
predicador. Fue una exhaustiva descripción de todos los males que sufren los
humanos. El cuadro fue pintado con enérgicas y sombrías pinceladas. Al final
dedicó sólo un par de minutos para presentar de forma un tanto difuminada el
Poder del Amor.
Pensé: "Cada cual habla de lo que sabe y calla
de lo que ignora". En general se es muy consciente de los males, y muy
poco del Bien. Sin embargo sólo el
conocimiento de Dios es lo que provoca nuestro despertar. El saber de Dios es
Vida, y nos confirma que sólo Ella es, y que los problemas nunca fueron, ni
son, ni serán.
Cuando la negra red del error comience a caer sobre
nuestra conciencia hay que escapar con urgencia hacia Dios dándole la espalda a
toda sugestión de dolor, mal o desarmonía. Pero no para relatarle a la divina Mente la lista de
nuestros pesares. Eso no es volvernos por completo al Amor. Al traer los
problemas a su Presencia, La estamos oscureciendo. Ya no seremos conscientes de
la Vida que llena todo armoniosamente, sin resquicio para algo más.
De niño fui un gran lector, un devorador de libros.
Recuerdo que en algún cuento al héroe se le confiaba una palabra poderosa que
al pronunciarse hacía desaparecer cualquier peligro o amenaza.
Hoy sé que esa Palabra es. Y se nos ha dado. Al
colmar nuestra escucha interior con Ella todo el mal desaparece. Esa Palabra al
ser nombrada va apareciendo infinita y expulsando toda sombra. Esa Palabra es
el conocimiento de Dios. Por eso,
No le hablemos a Dios de los problemas, sino
que a los problemas y a todo, le hablemos de Dios, y sólo de Dios.
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