"Los hombres sólo tienen una palabra. Y la cumplen" Me
solía inculcar mi padre. Y hoy recuerdo que apoyaba la enseñanza con su
ejemplo. Nunca dudé de él. Porque lo que prometía siempre lo cumplía.
Después, de adulto conocí a hombres, sobre todo en los
pueblos de mi Andalucía, que sellaban sólidamente sus negocios con un
simple apretón de manos y no con una escritura notarial. El padre de
Laly fue uno de ellos. Era fiel a la palabra dada, aunque las
circunstancias cambiaran en su contra, y le proporcionarán pérdidas en
vez de ganancias.
Con personas así, confiar era garantía de seguridad. Las
dudas no encontraban lugar donde anidar y la promesa era prenda de
cumplimiento.
En el Antiguo Testamento, Dios aparece como quien por
propia iniciativa, es decir, por pura gracia, promete una y otra vez el
Bien a su criatura. La coacción humana no aparece como causa de la
promesa.
Y la Historia Bíblica es la crónica de ese “cumplir”
divino, aunque el hombre casi siempre desconfía de Su palabra.
Como botón de muestra está la saga de los Patriarcas. El
rico matrimonio de Abraham y Sara no tienen descendencia porque ella es
estéril. Y sin mediar petición a Dios, reciben la promesa: “Con tus
descendientes formaré una gran nación”.
Pasa el tiempo, y los hijos no llegan. Abraham,
desconfiado, se queja a Dios: “Como no me has dado ningún hijo, el
heredero de todo lo que tengo será uno de mis criados”. Pero Dios
renueva su promesa: “Tu heredero será tu propio hijo, y no un extraño.
Mira bien el cielo, y cuenta las estrellas, si es que puedes. Pues bien,
así será el número de tus descendientes”.
Pero Sara se cansa de esperar. El recuento del tiempo le
hace desconfiar de la promesa. Y al apagarse su fe, desilusionada,
intenta sus propias soluciones. Hace de Dios y entrega al marido, la
joven esclava Agar, para que ésta conciba un hijo.
El hombre mortal busca sus propias soluciones, al
desconfiar de Dios. Se cree su propio salvador, apoyado en sus propias
decisiones y proyectos.
Y los planes de los hombres, cuando no son la ejecución
de la voluntad divina, cuando no nacen de la unión con Dios, siempre
son obstáculos. Cuando menos a la larga. Aunque parezcan soluciones.
Invito a leer el capítulo 15 del Génesis para que se compruebe esto
último. Conflictos insoportables entre el ama Sara y Agar, la sirvienta
y una cruz de problemas para el pobre Abraham.
Pero aunque la confianza del hombre sea débil, la
fidelidad divina a su promesa es fuerte. Por fortuna, la Palabra de Dios
ni se apoya ni descansa en la confianza de los mortales, sino en su
propio Ser. Sólo Dios es el fundamento de todo el Bien.
Y contra toda esperanza humana razonable, Isaac nace y la
Promesa se cumple.
Con frecuencia acudo a esta reflexión. Repaso las
palabras que el Padre-Madre ha dirigido a la humanidad. Y descanso
sabiendo que su cumplimiento no depende de nosotros, sino de que Dios
sólo tiene una palabra y Él mismo es la Palabra.
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