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viernes, 4 de agosto de 2017

SOY TODO LO BUENO QUE ENVIDIO


Me dices desde la vergüenza que envidias a muchos y casi todo el tiempo.
Eso evidencia que no percibes la realidad.
No envidias. Sólo anhelas lo que ves en los otros. La salud, la prosperidad, la belleza, la inteligencia, la simpatía, la habilidad para esto o aquello, la familia, la casa, el empleo…
Añades que el objeto de tu deseo casi siempre te parece lejano, inalcanzable. También te consideras agraviado por lo poco recibido. Aunque te cuesta admitirlo.
Pues bien, todo lo que te atrae de los demás es lo que manifiestan de Dios y que tú has sabido descubrir. Esos bienes hallados en los otros, son sólo Su pálido reflejo.
Te lo repito: no envidias a nadie. Sólo a Dios.
Lo que es absurdo. Porque deseas lo que ya eres.
“Todo lo mío es tuyo” leemos en la parábola del “pródigo”.
Hay que escuchar al Padre y no a ninguna serpiente mentirosa.
Todo lo que admiro es la huella de Dios en su obra y debe llevarme a reescribir un nuevo salmo de alabanza adaptado a mi universo. Esa visión no puede empequeñecerme ni postrarme en la tristeza. Todo lo que deseo ha de convertirse en motivo de alegría. Porque con ello descubro un poquito de lo que es Dios, y de lo que yo soy también. Todo lo que vislumbro de bueno, bello y verdadero en la creación y en los demás, soy yo y mucho más.

Soy todo lo bueno que envidio. 

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