Las
palabras son productos de un pensar determinado.
Conocer
su origen, aporta claridad a nuestra conciencia. Entonces iluminan nuestro
progreso.
Y
se sabe que Mary Baker Eddy valoraba mucho el significado preciso de lo que
escribía o leía.
Esta
mañana mi reflexión se ha detenido en un término muy repetido en los ámbitos
espirituales.
Se
trata de SANTIDAD.
Una
ojeada al diccionario sólo nos dirá que es “cualidad” de lo que es santo. Y si
se continúa la pesquisa nos añadirá que éste es quien practica virtud o vive
conforme a la religión. O poco más.
Por
eso hay que volver a la cuna de la palabra. En latín, nuestra lengua materna,
santidad es sanctitas. Y hace referencia a una divinidad: el dios etrusco
SANCUS.
¿Cuál
era su especialidad espiritual? Guardar y garantizar los juramentos, las
promesas y los pactos. Algo muy importante para establecer la seguridad y la
confianza.
Su divina
acción recibirá el nombre de “sancionar”, con su triple significado de: aprobar
cualquier uso, dar fuerza de ley a una disposición, o castigar a quien la
infringe.
La
sanctitas tiene mucho que ver con la fidelidad. De hecho, a Sancus se la
identificará más tarde, con Fidius, el dios de la fidelidad.
¿Qué
consecuencias extraemos de este peregrinar a los orígenes?
¿Qué
es ser santo?
Por
supuesto, mucho más que bueno o religioso.
Es
ser fiel a un pacto, a una relación establecida. "Entonces
vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”. (Jeremías 30:22)
Así,
Dios, nuestro Padre Madre, es con toda razón, el Santísimo, ya que es el
eternamente fiel. Él es siempre inmutable en su fidelidad. Nada es capaz de
poner en peligro su promesa. Ningún mal.
Y
reflejar esa fidelidad de Dios es manifestar santidad. Confiar en la Palabra de
Dios sin albergar duda alguna, es lo que nos hace santos. (Ciencia y Salud 497:3-5 “Como adherentes de la Verdad, aceptamos la Palabra
inspirada de la Biblia como nuestra guía suficiente hacia la Vida eterna”.)
Y no el acopio de “personales” buenas obras o
sufridas ascesis. El apoyarnos en la SANCTITAS de Dios es lo que nos colma de
bendiciones, y no los esfuerzos mortales.
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