Hay que vivir en la realidad. Fuera de ella no hay vida. Sólo sueños o
pesadillas… que creemos nuestros, y no lo son.
El ámbito de Dios es la realidad. Donde es la infinitud y la eternidad.
Nunca el espacio ni el tiempo que son cárceles de horizontes cerrados y
cadenas de años, horas y segundos.
Sólo se vive verdaderamente cuando nos liberamos de los
condicionamientos del tiempo y del espacio material.
Y vivir fuera de ellos no es igual a estar fuera de la realidad. Por el
contrario, es experimentar el ser.
Por eso hay que ser consciente de cuando y donde estamos. Y así sabremos
quienes somos.
Estamos en Dios. En su Eternidad vivimos, en su infinitud nos movemos y
tenemos nuestro ser.
Somos la imagen y semejanza de Dios. Gozamos de nuestra bendita
identidad al caer en la cuenta de ello. Como sucede con todo. Así
disfrutamos de ese paisaje, de esa compañía, de esa música, de ese
sabor… Si nuestro pensar está en otra parte no nos enteramos del abrazo
de tanta maravilla.
Para mantenerme despierto me ayuda mucho recorrer los sinónimos de Dios.
Así me escapo, en medio de las modorras, a mi auténtica patria (la
verdadera es la Casa del Padre).
Pienso así:
Soy la semejanza del Principio del Bien. Una ley para mí mismo.
Actúo, causo y realizo todo lo bueno y nada más que lo bueno. Ese soy y
no otro.
Soy la semejanza de la Vida. Es decir, inmortal. Nunca moriré.
Por mucho que esa idea se empeñe en acompañarme una y otra vez con la
apariencia de un final, y no como un nuevo viaje. A ése al que marcharé
provisto de todo el equipaje necesario, como ahora. Porque nunca dejaré
de estar con Dios, la Vida, donde gobierna todo. El pan de cada día me
viene a diario, e igual ocurrirá en el "mañana" de otra forma de
existencia.
Reflejo la vida que es inmortalidad: lo que supone que en este instante,
mientras tecleo estas palabras, estoy no en el tiempo sino en la
eternidad. SIEMPRE donde ya he vivido y vivo ahora.
Cuando pienso diferente no actúo como semejanza de la Mente. Para Ella
todo es un eterno presente. El porvenir nunca existió. Ni siquiera para
Dios. Él no tiene ni futuro ni pasado. Estos dos conceptos son
asfixiantes corchetes que ponen la existencia entre paréntesis. Ahogan
lo cotidiano.
Ser consciente de su irrealidad nos da la libertad. Permite que vivamos
el ahora. Lo único que se puede vivir.
La inmortalidad es un profundizar en la riqueza infinita del presente.
Es un descargarse del peso del pasado, que se presenta quizás
desaprovechado o cargado de culpas.
Es un liberarse de la zozobra por un porvenir. ilusión incierta y
alienante, que impide gozar de este instante.
Ese profundizar es el mejor antídoto contra el aburrimiento. El aburrido
como el que sufre, es alguien que se ha “salido” de la realidad y por
tanto se ha situado en la nada.
Cuando no disfrutamos la existencia es porque nos creemos en el camino
de la nada, en el imposible fuera del Ser.
Repasar el pasado sólo es rumiar la nada. Otear el mañana es dimitir de
lo actual. Salirnos de donde se puede actuar.
El tiempo de Dios se llama hoy. La eternidad es el ahora interminable.
Y en ella es donde todo es posible, porque es en la eternidad donde
podemos experimentar el único Poder, el Bien.
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