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jueves, 25 de mayo de 2017

LIBRES DEL TIEMPO, EN EL GOZO DE LA ETERNIDAD

  
 Hay que vivir en la realidad. Fuera de ella no hay vida.  Sólo sueños o pesadillas… que creemos nuestros, y no lo son. 
El ámbito de Dios es la realidad. Donde es la infinitud y la eternidad. Nunca el espacio ni el tiempo que son cárceles de horizontes cerrados y cadenas de años, horas y segundos.
Sólo se vive verdaderamente cuando nos liberamos de los condicionamientos del tiempo y del espacio material.
Y vivir fuera de ellos no es igual a estar fuera de la realidad. Por el contrario, es experimentar el ser.
Por eso hay que ser consciente de cuando y donde estamos. Y así sabremos quienes somos.
Estamos en Dios. En su Eternidad vivimos, en su infinitud nos movemos y tenemos nuestro ser.
Somos la imagen y semejanza de Dios. Gozamos de nuestra bendita identidad al caer en la cuenta de ello. Como sucede con todo. Así disfrutamos de ese paisaje, de esa compañía, de esa música, de ese sabor… Si nuestro pensar está en otra parte no nos enteramos del abrazo de tanta maravilla.
Para mantenerme despierto me ayuda mucho recorrer los sinónimos de Dios. Así me escapo, en medio de las modorras, a mi auténtica patria (la verdadera es la Casa del Padre).
Pienso así:
Soy la semejanza del Principio del Bien. Una ley para mí mismo. Actúo, causo y realizo todo lo bueno y nada más que lo bueno. Ese soy y no otro.
Soy la semejanza de la Vida. Es decir, inmortal. Nunca moriré. Por mucho que esa idea se empeñe en acompañarme una y otra vez con la apariencia de un final, y no como un nuevo viaje. A ése al que marcharé provisto de todo el equipaje necesario, como ahora. Porque nunca  dejaré de estar con Dios, la Vida, donde gobierna todo.  El pan de cada día me viene a diario, e igual ocurrirá en el "mañana" de otra forma de existencia.
Reflejo la vida que es inmortalidad: lo que supone que en este instante, mientras tecleo estas palabras, estoy no en el tiempo sino en la eternidad. SIEMPRE donde ya he vivido y vivo ahora.
Cuando pienso diferente no actúo como semejanza de la Mente. Para Ella
todo es un eterno presente. El porvenir nunca existió. Ni siquiera para Dios. Él no tiene ni futuro ni pasado. Estos dos conceptos son asfixiantes corchetes que ponen la existencia entre paréntesis. Ahogan lo cotidiano. 
Ser consciente de su irrealidad nos da la libertad. Permite que vivamos el ahora. Lo único que se puede vivir.  
La inmortalidad es un profundizar en la riqueza infinita del presente. Es un descargarse del peso del pasado, que se presenta  quizás desaprovechado o cargado de culpas. 
Es un liberarse de la zozobra por un porvenir. ilusión incierta y alienante, que impide gozar de este instante.
Ese profundizar es el mejor antídoto contra el aburrimiento. El aburrido como el que sufre, es alguien que se ha “salido” de la realidad y por tanto se ha situado en la nada.
Cuando no disfrutamos la existencia es porque nos creemos en el camino de la nada, en el imposible fuera del Ser.
Repasar el pasado sólo es rumiar la nada. Otear el mañana es dimitir de lo actual. Salirnos de donde se puede actuar.
El tiempo de Dios se llama hoy. La eternidad es el ahora interminable.

Y en ella es donde todo es posible, porque es en la eternidad donde podemos experimentar el único Poder, el Bien.  

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