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martes, 9 de mayo de 2017

LA ISLA MISTERIOSA

   
Me aficioné a la lectura muy pronto. Hubo etapas de mi niñez en que los libros fueron casi mis exclusivos compañeros de juego. Así me convertí en un precoz y ávido lector. Eso me ayudó a pensar, lo cual agradezco mucho.
“La isla misteriosa” de Jules Verne, me hizo soñar despierto muchas mañanas del cálido verano malagueño. Más tarde, al inicio de mi juventud, ese relato me hizo reflexionar sobre el sentido de la existencia. No es de extrañar. Detrás de toda comunicación, está siempre el Comunicador, la Mente divina. El mensaje siempre se está abriendo paso a través de las anécdotas.  
Hoy me sigo sirviendo de aquellos pensamientos inspirados en un sencillo argumento. Cinco hombres huyen en globo de un campo de prisioneros durante la guerra de Secesión. Una tempestad los arroja a una isla perdida. Es un lugar ignorado por los mapas y cartas de navegación. Los fugitivos se lamentan de su suerte. Pronto descubren extrañas huellas. En medio de las dificultades siempre hay alguna caja varada  en la arena con todo lo necesario para la ocasión. Esas oportunas apariciones son recibidas de modo bien diverso. Uno pasa de las huellas. Otro se sobrecoge de terror. Para un compañero todo es fruto del azar. Incluso renace una pasiva esperanza en uno de los protagonistas. Y  finalmente hay quien se decide a investigarlas, concluyendo que son mensajes de un ser que vive cerca y los protege. Pero no se detendrá en su interpretación. Su decidido propósito no será otro que llegar a conocer a su misterioso benefactor.
Para muchos, éste es un lugar en el que nos han arrojado, sin haber tenido nunca voluntad de venir. Parece como si estuviéramos padeciendo incomodidad, lejos de la mano de Dios. En esa isla de la existencia, se vive según nuestras formas de interpretar lo que sucede. Sin pensar, con miedos, con estoico sometimiento al azar o inoperantes confianzas. Son las actitudes mas frecuentes en este grupo llamado humanidad, antes las huellas de Dios. Esas que con ojos mortales se sienten como amenazas y no como una benéfica Presencia. 
Pero hay un quinto grupo.  Es el formado por el científico Ciro Smith. Éste llega a lo hondo del misterio de la isla. No somos ni abandonados ni huérfanos de Dios. Sino que hemos caído en su mismo regazo. Ahí hemos estado siempre.
Esos náufragos del aire nunca han estado solos. Siempre estuvieron bajo el cuidado del capitán Nemo. El infatigable protector no revelará su presencia  hasta que el científico y sus compañeros estén preparados. Llegaran hasta él siguiendo el cable de una línea telegráfica, después de recibir una sorpresiva comunicación. Todo un símbolo. Es el capitán el que tiene la iniciativa. La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su  idea el hombre (Ciencia y Salud 284:35).
Estamos rodeados de huellas, señales de un cuidado amoroso, que no se saben interpretar desde la inconsciencia o el temor.
Son pocos los que reaccionan como el profesor Ciro Smith. Sólo los “científicos”, los buscadores, son los que encuentran felizmente la explicación al misterio.
Significativo el nombre dado en la novela al que de modo invisible cuida de todos: Nemo. En latín significa “Nadie”. Y Dios también es “nadie” para muchos, incluso de los que dicen creer en Él.
Esa isla no está en ningún mapa. Es como si no existiera en la Realidad. Y tiene un fin a plazo fijo. Así es este mundo de apariencia física: algo inexistente y condenado a desaparecer. (La isla al final se hunde en el mar a causa de un volcán).
Y será Nemo-Dios el que proveerá a los fugitivos de todo lo necesario para escapar de ese entorno mortal y regresar a su verdadera patria.
En mi opinión, Jules Verne escribió, sin pretenderlo, una parábola sobre la vida.
Porque también estamos en una isla misteriosa que no tiene sitio en la Realidad. Auxiliados de continuo por un Ser, sólo visible ahora a través de las múltiples huellas que nos rodean siempre. Señales que sólo sabe descifrar el que es un científico buscador. Por eso podemos descansar en la certeza que también Nemo-Dios nos ayudará a regresar a nuestro verdadero hogar, la Casa del Padre.

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