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martes, 16 de mayo de 2017

MÁS VALE CERRAR LOS OJOS QUE NO VEN LA REALIDAD

    
Todavía recuerdo como si fuera ayer la imagen de Juan "el ciego". Ahora se les llama invidentes. Juan lo era de nacimiento. Siempre en su esquina, voceando su lotería y apoyado en Paquito, su sobrinillo, su fiel "lazarillo".
Paquito era todo inocencia, reflejada en sus grandes ojos castaños, casi más grandes que su cuerpo.
La mano izquierda de Juan sobre el hombro derecho del niño. Así caminaban sin tropiezos. Porque Juan reconocía su ceguera y confiaba en su dulce guía. Hoy esas escenas han dado paso a otras de invidentes con sus bastones electrónicos o ayudados por mansos y adiestrados  perros.
Por aquel tiempo, yo a veces cerraba los ojos y sólo veía negro. Y por eso me preguntaba de qué color serían los pensamientos del "lotero".
Un día, siendo estudiante universitario,  participé en un ejercicio de dinámica grupal. Se trataba de desarrollar nuestra confianza en los demás y las habilidades de comunicación y cuidado ajeno. Experimentábamos dos papeles diferentes. En primer lugar tuve que ayudar a un compañero al que se le habían vendado los ojos, a cruzar  un laberíntico jardín. Había muchos obstáculos y el caminar de mi pareja era inseguro, dubitativo. Yo me esmeraba al darle las instrucciones. Procuraba comunicarlas a tiempo y precisas. El compañero llegó al final sin tropiezo. Me confesó que por momentos había pasado algún miedo hasta que se abandonó a mi guía.
Luego se intercambiaron los roles. La venda cegó mis ojos. Me rodeó la oscuridad. Como Juan me apoyé en mi "lazarillo". Me dejé llevar. Cedí a todo protagonismo. Mi seguridad se fundaba en que antes de ser "Juan" había experimentado ser "Paquito". Y sabía que la función y voluntad de mi guía era conducirme a salvo, superar las dificultades de un camino a ciegas.
Esos recuerdos me instruyen. Si el paisaje por donde transitamos no es alegre, bello, armonioso, fácil, abundante, amoroso... Entonces estamos caminando ajenos a la luz. La mente mortal ha nublado el día, lo ha cubierto de noche. Y hace falta la tierna inocencia que reflejaba Paquito. Ni siquiera tengo que apoyar mi mano en ningún hombro. Porque siempre soy abrazado por el Amor que me guía. Y aunque sólo tema obstáculos y todo lo sienta negro, terrible, he de escuchar y aceptar la descripción que la Mente amorosa me susurra quedamente: "Todo es armonía, abundancia, seguridad, belleza, sabiduría, alegría... Amor en definitiva".
Dejemos a un lado las oscuras imágenes que nos sugieren las sombras. Sólo es real lo que la Mente divina ve. Tenemos que experimentar más allá de lo físico (es decir, lo metafísico) para gozar de la Realidad, como afirma Mary Baker Eddy:  "Para alcanzar la Ciencia Cristiana y su armonía, debe considerarse la vida más metafísicamente" (Ciencia y Salud, 65)

Hoy sé que si me abandono a esa visión, la de mi divino Lazarillo, el Cristo, llegaré sin daño a la Meta donde siempre hemos estado. Pero llegaré no como Juan a su casa, a salvo pero ciego. Yo concluiré este camino con los ojos sanos, perfectos, bañados en la Luz.

2 comentarios:

Edith Beatriz dijo...

Gracias, profesor por un nuevo despertar. Que nos acerca a nuestra conciencia verdadera, abrazo grande par usted y su esposa, he infinitamente agradecida. Edith.

Unknown dijo...

Hermoso relato Don Pepe, gracias! Me llena de gozo y alegría dejarme llevar por La conciencia divina y suprema, la Única que hay y que está infinitamente presente.