O los
regateos de Abrahán.
En el
capítulo 18 del Génesis queda registrado un diálogo muy singular. Es
como si estuviéramos en el Zoco de una medina oriental, testigos de una
transacción comercial. Sólo que los protagonistas son Dios y Abrahán.
En el
versículo 24 se parte de 50 justos para salvar a la ciudad de la
perversión. Y de cinco en cinco se va bajando el precio, hasta llegar a
sólo 10. Aquí se interrumpe el trato. ¿No había ni diez justos en Sodoma?
Parece un
final triste. Pero para mí encierra una enorme y esperanzadora noticia. En
el mundo de las cifras astronómicas, el pequeño número tiene un inmenso valor. Sólo 10 justos pueden salvar a una multitud.
Es un
adelanto de la parábola de la levadura que fermentando eleva a la masa.
Algo muy pequeño que transforma un todo elevándolo, aumentándolo,
haciéndolo incluso capaz de leudar otras masas.
A la
levadura, como a los 10 justos, no se le puede considerar por su tamaño,
sino por la capacidad de transformar, de salvar aquello donde esté
inmerso. Lo mismo se puede decir de la humilde candela que ilumina un
oscuro entorno.
Pienso en
esos estudiantes de Ciencia Cristiana que pueden parecer perdidos en
medio de grandes urbes. ¡Qué potencial de salvación! ¡Cuánta elevación y
luz puede venir a través de ellos!
No hay
que amedrentarse ante el reto ni encogerse ante el peso de la
responsabilidad. Sólo hace falta ser consciente del Reino
que se lleva dentro. Y estar inmersos, amasados, mezclados, en
medio de la oscuridad.
Ser
consciente de la Realidad en medio de todo y no al margen.
Antes, dos o
tres veces por semana hacía pan para la casa. Usaba una levadura seca. Como es obvio rompo el sobre para que el polvo al mezclarse con la masa
la doble o triplique. Cerrado, siempre será imposible.
No se
puede permanecer en el Cenáculo en espera de ser más de diez. Hay que
abrir o estar abiertos. Y salir a los caminos. Porque
todos estamos invitados a la fiesta.
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