No somos del mundo.
Esto es:No pertenecemos a lo
limitado, a lo cambiante, a lo capaz de carencias y deterioros.
Nuestro Todo es Dios.
No obstante nuestra
actual percepción es "estar" en ese espacio que parece sometido a
tantas influencias.
Aunque es "el
ser" y no "el estar" lo que conforma la identidad.
Mi estadía en el
extranjero puede abarcar incluso años, pero eso solo nunca me despojará de mi
"españolidad".
Sin embargo hemos de
admitir que "estar en el mundo" favorece el continuo fluir de
tentaciones.
Son sugerencias más o
menos agresivas que amenazan invadir nuestra conciencia si no ajustamos los
sentidos con el discernimiento espiritual.
El mundo no posee
atmósfera propicia para la Vida.
Pero el hombre la lleva
consigo en todo momento. Le es metafísicamente imposible separarse de
ella.
Entonces, ¿cómo estar en
el presente escenario?
Una vez más Jesús nos da
una triple pauta.
En los evangelios
sinópticos, en el relato de las tentaciones, se encuentra la síntesis de su proceder.
1º El verdadero alimento
que sacia y guía es la Palabra de Dios. Es el cernidor que separa el trigo
de la cizaña.
2º Ser hijo del Altísimo
no es ser ni actuar como un "Supermán".
3º Es dar fe con todo el
corazón que lo único deseable es el Reino de Dios. Y no los aparentes
"tesoros" del mundo.
Pero para que esta
respuesta surja con espontaneidad ante la seducción mundana hay algo previo.
Y es rumiar hasta la
convicción el "Tú eres mi hijo muy amado, mi alegría". Esa es la Palabra que siempre se nos está
declarando.
Ella define nuestro
"ser": somos la finalidad del Amor, “la causa” de la eterna e
infinita alegría de Dios.
Eso es lo que escuchamos
cuando nos bautizamos. Es decir,purificamos la conciencia.
Es nuestro ser y nuestro
poder.
No olvidemos que el
tentador al situar a Jesús en el pináculo del templo, sólo pudo sugerir pero
nunca empujar.
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