La fotografía ha
capturado la colorida rosaleda de mi jardín con más o menos lograda calidad y perspectiva.
Pero las rosas no están en la imagen bidimensional que enseño a los amigos.
Nunca.
Permanecen ancladas altivas
y alegres en su parterre.
A kilómetros de distancia de donde presumo del bello
entorno de mi hogar.
Igual ocurre con
lo que los sentidos captan de nosotros o de los demás.
Tampoco nuestra real
identidad está presa en las instantáneas en tres dimensiones de nuestros
cuerpos y entornos.
Aunque aquí la
visión las contemple desvaídas y deterioradas por el paso del tiempo, todo
permanece intacto y eternamente nuevo donde siempre estamos: en el corazón del
Uno que llaman Dios.
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