Se acercan los exámenes de Junio,
y Antonio no soporta el colegio. La ley de
Enseñanza le ha permitido subir
cursos y cursos con 3 o más suspensos. Y ahora se encuentra sin base.
En el aula, las horas se les hace interminables. Se frustra. Su
autoestima está por los suelos, alfombra todo el piso. Para él las
explicaciones del profesor suenan a chino. No es que no quiera estudiar,
¡es que no sabe cómo ni qué! Para entretenerse enreda y entonces también
le descalifican la conducta. Su madre no me escucha cuando le digo que
tendría que comenzar desde el principio. Eso no es perder el tiempo. Lo
otro sí. Preferible es repetir curso, antes que avanzar sin dominar la
asignatura.
Y pienso en mí. En el progreso espiritual. Quizás nos suceda como a
Antonio. Nos hemos colocado en niveles demasiado avanzados para la
actual comprensión. Sólo se sabe, se ha aprendido, aquello que se ha
demostrado. (Ciencia y Salud 323:17 “…el bien no se comprende mientras no se demuestre”.) ¡Y demostramos tan poco!
Habría que empezar
por lo primero. ¿Cuál es ese primer paso?
El que
Jesús da, antes de ir al desierto, el previo a predicar y sanar.
Experimentar la lección básica: “Tú eres mi hijo muy querido, ¡mi
alegría!” Sentir el Amor del Padre.
Sólo se puede
aprender en los brazos del Padre-Madre. En el test de este curso
preliminar sólo hay dos casillas. Una correcta y otra errónea. O nos
sentimos seguros, confiados, alegres, bendecidos siempre y por eso
agradecidos. O ignoramos el cálido, eterno y amoroso abrazo y tememos o
nos drogamos con fantasías para no sentir el miedo.
Si nuestra
consciencia apunta a lo segundo hemos de repetir hasta experimentar el
abrazo de Dios: la realidad de su continua y ubicua Presencia.
Pasar sin
profundizar, empujado por las prisas, es condenarse a que pronto todo
nos suene a jerga ininteligible.
No debo
entristecerme por retroceder a mi clase de “parvulitos”. ¡Qué de
responsabilidades dejadas, aligerarán nuestros hombros!
Y que sea el
tribunal de la Mente quien me vaya subiendo de nivel.
Después de todo
“en el atardecer de la vida nos examinarán del Amor” escribirá Juan
de la Cruz. ¿Y como acertar con las respuestas si no hemos gozado con
confiada y despreocupada inocencia de ese Amor?
Yo no quiero avanzar
más allá, mientras esa lección no esté suficientemente aprendida.
Al terminar esta
reflexión la cita de Mateo acude a mi recuerdo: “Os
aseguro que si no cambiáis y os volvéis
como niños
no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 18:3)
Y los niños gustan de la
caricia y confían en quienes le expresan amor.
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