El desear lo divino o lo humano... cada sufrimiento...
la consciencia de necesidad ... el sentir soledad o tristeza... el hastío de
vivir... cualquier ansia de gozo o placer, sea cual fuere su clase... todo
suspiro… es nostalgia de Paraíso.
¿Qué quiero decir con esta rotunda afirmación?
El diccionario nos aclarará el significado.
NOSTALGIA: del griego “nostos” regreso, y “algos”
dolor. Pena de verse ausente de la patria y de los seres amados.
(Y recuerdo que “patria” tiene que ver con el
lugar donde está el Padre. Echamos de menos la Casa del Padre. Ése que
Mary Baker Eddy llamará con verdadero acierto “Padre-Madre”)
PARAÍSO: del griego -y anteriormente del persa,
“armonioso espacio cercado, donde se encuentra todo lo que la felicidad requiere.
Por lo tanto, nostalgia es apreciar, y desear, aquello
de lo que nos sentimos separados, alejados por el tiempo o el lugar y que
valoramos como vital.
Se dice que añoramos la apacible y despreocupada
seguridad del seno materno. Cuando flotábamos en el líquido amniótico, ausente
a todo tipo de problema, pero también de conocimiento.
Algunos, incluso afirman desde una actitud regresiva,
que esa bolsa protectora es nuestro Paraíso perdido. Que no echamos de menos un
“religioso” Cielo, sino aquel pasivo aislamiento carente de pensamientos.
Pero no podemos limitar nuestras ansias a algo tan
estrecho, somnoliento y sin apenas movilidad como es el pequeño lago maternal.
Lo que añoramos no puede ser un pasado. Ni siquiera un futuro.
Otros creen que el Paraíso es la meta utópica a
alcanzar. La tierra prometida que hay que conquistar.
Lo cierto es que en medio de una existencia,
experimentada con frecuencia, como hostil, se ansia un espacio en que se
remanse la paz.
Son muchos los que achacan esa dolorosa separación a
causas, tan diversas como coincidentes en privar de armonía. Y así culpan a las
crisis económicas, a los sufrimientos físicos, o el experimentar una vida sin
sentido, como responsables de su ruina y orfandad.
Pero la nostalgia es un útil recordatorio de nuestra
verdadera procedencia, más que un impotente y sufrido lamento. Nuestra patria
es la felicidad. Pertenecemos al Paraíso por derecho de existencia. Y esa
ciudadanía nunca caduca ni se pierde.
Pero no se trata de volver al Paraíso forzando la
vigilancia de los querubines que lo custodian. Ese propósito sólo nos
entretiene y desalienta con esfuerzos tan titánicos como inútiles e impotentes.
En realidad nunca hemos podido salir de ahí, voluntaria o a la fuerza,
porque sólo hay Paraíso. “Todo es Mente infinita y su manifestación
infinita” . (Ciencia y Salud 468)
La tarea del hombre es descubrir lo que ocultan las
cortinas del sueño. Nada hay que hacer, sólo despertar.
Y ese bello amanecer sucederá cuando escuchemos la
trompeta. Para ello “hay que entrar en el aposento y cerrar la puerta”. Hay que
retirarse al santuario de lo “íntimo” después de atrancar las entradas a lo de
fuera, a lo que es nada, aunque aparezca como sufrimiento, amenaza, conflicto y
otras mil terribles máscaras.
Pero mientras llega la mañana no apaguemos la
nostalgia. No anestesiemos ese dolor. Reconozcamos que en todo deseo, subsiste
el profundo y sano anhelo de vivir uno con el Padre-Madre.
Y sólo cuando la luz lave de oscuridad y temor
nuestros ojos se acabará la nostalgia de Paraíso. Porque entonces comprobaremos
que siempre hemos estado en Él, donde, desde la eternidad,
“nos movemos, vivimos y tenemos
nuestro ser”. (Hechos 17:28)
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