Mi
vecina
María
vive con Antonia, su anciana madre, la cual hace años fue diagnosticada
como enferma de demencia senil.
María
cuida a su madre con un amor paciente, sacrificado y tierno. A veces
solicita mi ayuda cuando Antonia ha de hacer su paseo.
Es misión
difícil conseguir que Antonia dé un paso adelante cuando cree que se
encuentra ante un escalón. Por más que se le diga que “todo está
llano”, que “no hay peligro”, que “la estamos sosteniendo”,
que “no permitiremos que le pase nada malo”, que “confíe en
nosotros...” todo es inútil. Antonia ancla sus pies y su cuerpo se
convierte en un pesado plomo imposible de levantar.
Cuando decimos: “Antonia, ¡fíate de nosotros! ¿Cómo te vamos dejar
caer?” Ella replica con una contradictoria lógica: “Yo lo sé, yo
lo sé”. Sin embargo hace falta el empujón de un tanque para que
avance una milésima.
Ayer
calibraba la dimensión de su locura, al tiempo que intentaba convencerla
para que adelantara un poco su pie.
De
pronto Dios se me coló a través de esa situación. Mi conciencia se
iluminó por un instante. Y ya no sentí el comportamiento de Antonia muy
diferente al mío de cada día.
Ella
detiene su avance, incluso retrocede a veces, a pesar de estar siempre
rodeada de seres queridos, dedicados a ayudarla con cariño. Ella se
encuentra apoyada en nuestros brazos ante un camino que hemos limpiado de
obstáculos. Ningún peligro amenaza. Ninguna temor está justificado.
Todos los mensajes son de amor y de paz. Sin embargo se ignoran desde un
miedo, atento sólo a lo imaginario.
Sentí
retratadas mis reacciones ante la sugestión hipnótica de muchos retos,
productos de la ilusión sin excepción alguna.
En
esas oportunidades, aunque no dejo de estar rodeado de Amor y me muevo
siempre en su bendito Poder, el pánico me paraliza, y la preocupación
con la duda me encadenan al terreno. Así se impide el desarrollo
espiritual. Los mensajes de Dios suenan al oído como música extraña y
ausente de lo “real”.
Lo
mismo que Antonia al ver el abismo que no hay, y no abrazarse a la
seguridad con su confianza, yo también me enroco en mi miedo, y me
encadeno a una inquietante y dolorosa pasividad.
Eso
es lo que me hace ver la solución a todos los desafíos con que la mente
mortal quiere pavimentar mi camino:
Cambiar la locura nacida de la creencia de soledad, y del no fiarme de
nada ni de nadie, por esa otra benéfica actitud de CONFIAR LOCAMENTE en
el AMOR.
Así
la confianza sin medida superará todas las imaginarias amenazas y
servirá de sólido y práctico puente para todos los falsos fosos con que
el error siembra el existir.
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