Desde hace
semanas, una cita de la lección bíblica de entonces, quedó resaltada en
mi conciencia. Una y otra vez la he rumiado en silencio e incluso en voz
alta.
"Tú guardarás en
completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha
confiado. Confiad en el Señor perpetuamente." (Isaías 26:3 y 4)
Escudriñar su
significado me ha provocado una serie de deducciones en cadena
ascendente.
Si permanezco
aferrado al pensamiento de Dios no tendré ni proyectaré otro diferente.
Es decir: nada
nublará mi paz.
Porque disfrutaré
de los pensamientos divinos que me establecen en la armonía.
No sufriré mal
alguno, porque todas las manifestaciones discordantes son proyecciones
de una mente sin origen en Dios. O lo que es lo mismo, frutos de aquel
árbol inexistente, “del conocimiento del bien y el mal”.
Al compartir estas
ideas, no pocos me han hablado acerca de lo que yo también he padecido,
y con lo que he de luchar a diario:
“Que si bien es
verdad lo afirmado por Isaías, ¡qué difícil es mantenerse en la casa del
Padre!”
De continuo se
sale, casi nada más entrar.
Y la solución a
esta inconstancia en la conciencia de la Verdad la aportan las
siguientes palabras del profeta: "Porque en Ti he confiado".
Una auténtica
confianza es lo que posibilita la conciencia de la Verdad minuto tras
minuto, a perpetuidad.
Pero muchos me
aseguran confiar… ¡sin resultados! "Yo confío en Dios, pero no consigo
nada. ¿Qué más he de hacer?”
Y se me escapa la
respuesta: “Confiar más.” De verdad. Confianza auténtica, es decir,
absoluta.
De niño contemplé un
espectáculo de magia. El prestidigitador andaba por el aire del
escenario. Me maravilló. Más tarde comprendí que el mago no flotaba por
ningún arte especial, sino que se apoyaba en una sólida plataforma,
oculta a nuestros ojos por un apropiado juego de sombras y oscuridad.
La confianza es el
puente invisible por donde hemos de transitar. Él disuelve aparentes
distancias infinitas. Mientras saca a la luz nuestra unión inseparable e
inmutable con Él que es el Bien.
Pero, ¿donde
encontrar esa actitud inconmovible? ¿Cómo obtenerla?
Sólo se obtiene
mediante la experiencia de Dios.
Y no hay que
esperar a una revelación especial como en el caso de Moisés y la zarza.
Podemos y debemos
hacer uso de nuestra razón. Ese es el Sinaí donde la divinidad nos habla
a todos, a partir de las huellas dejadas en su Creación, conforme a las
palabras de Pablo:
“pues
lo invisible de Dios puede llegar a conocerse si se reflexiona en sus
hechos. En
efecto, desde que el mundo fue creado, se ha podido ver claramente que
él es Dios y
que su poder nunca tendrá fin.”
(Romanos 1:20)
Toda
nuestra existencia es una Biblia que recuerda a cada cual las
intervenciones amorosas de nuestro Padre-Madre.
La
confianza brota al descubrir las señales de Dios y se fortalece con la
gratitud.
Reconocer hora a hora como nos da el pan cotidiano, incluso en medio del
desierto... ser consciente del hecho de vivir, afianza con insuperable
firmeza el puente colgante de la confianza.
Reconocerle en cada señal de ternura, de belleza, de inocencia… hace
sentir la sólida seguridad bajo nuestros pies. Y en la medida en que así
caminamos por él, Su paz nos cubre para siempre.
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