La vida espiritual no es un "resolver acertijos".
Ni una senda de obstáculos a sortear.
Tampoco Dios es un misterioso ser que se divierte con la frustración humana.
Ni un sembrador de deseos imposibles en el hombre .
Para que camine agónico o adormecido de mil formas para no sufrir.
Sino que cuando aspiramos a la felicidad y a la inmortalidad se manifiesta lo que es esencial a nuestra auténtica identidad.
Por mucho que el sueño intente ensombrecerla.
Porque creer que nuestras naturales ansias son ilusiones sería acusar de sádico a Dios.
Eso sería una blasfemia, una confesión de incredulidad.
O entronizar el misterio como la realidad.
domingo, 7 de mayo de 2017
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