Por mucho que el “okupa” que habita mi
conciencia, argumente que esa es mi auténtica identidad.
Y confieso que lo consiguió durante mucho
tiempo (Sólo puede vencer en ese falso recorte de la eternidad, en que
creemos se desenvuelve nuestra vida).
La mentira de tanto repetirse reclama ser
verdad. Y muchos cediendo a sus pretensiones padecemos una especie de
esquizofrenia espiritual. “No hago el bien que quiero, sino el mal que
no quiero, eso hago”.(Romanos 7: 19)
Pero, ¡hasta aquí hemos llegado!
Me rebelo y grito: ¡Ese no soy yo!
El movimiento okupa atenta los terrenos o
edificios que permanecen vacíos. Son como los cangrejos ermitaños. Nunca
entran en un caparazón habitado.
Y eso me recuerda el relato que se
encuentra en Mateo y en Lucas (Mt 12:43-45 y Lc 11:24-26). La parábola del espíritu inmundo que
regresa a su casa, propiedad del hombre.
Pero éste no aprovechó su ausencia para
establecer allí la conciencia del Espíritu. Así que el tentador se
asienta de nuevo invitando a siete compañeros más.
Por tanto, no basta con denunciar: ¡Ese no
soy yo! Tengo que empaparme de la divina Presencia que como potente
escudo impide los allanamientos perpetrados por el error.
Menos mal que todo es un mal sueño que se
evapora con volvernos a sólo Dios, el único realmente existente.
Porque no hay otro. Yo
mismo sólo existo en cuanto su imagen, y no como revestido con la
personalidad del loco y falso "okupa" “que no soy yo”. Únicamente aprendiendo acerca de Dios, descubriré quien soy
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